Japón entra en una nueva era tras abdicación del emperador
Este martes inicia una nueva era para Japón, pues el emperador Akihito anunció, el 8 de agosto del 2016, que por su avanzada edad (85 años) y deteriorado estado de salud no podrá continuar en el puesto. Esta decisión no fue fácil de tomar, porque desde 1817 ningún soberano había abandonado el trono.
De hecho, su propio padre, Hirohito, batalló contra un cáncer hasta su muerte en 1989. La declaración del saliente emperador tuvo que ser revisada por la Dieta (Congreso japonés), debido a que una ley de 1868 obligaba a los emperadores a permanecer hasta el final de sus vidas.
De todas maneras, y pese al rechazo de sectores conservadores, en 2017 se aprobó una ley que avaló la renuncia de Akihito. Su salida pondrá fin a la era Heisei (1989-2019), cuyas palabras ‘hei’ (equilibrio) y ‘sei’ (lograr) equivalen a: paz en todos lados.
El 1 de abril de este año, el jefe de gobierno japonés, Shinzo Abe, reveló que ‘Reiwa’ será el nombre de la nueva etapa imperial. Este vocablo, a diferencia del título usado en los periodos anteriores, no tiene un origen chino sino que proviene del texto Manyoshu, una colección de poemas japoneses editada hace 1.200 años.
El evento que mañana (noche de este lunes en Colombia) dará apertura a la transición será el anuncio de Akihito ante los representantes del pueblo de su abdicación, después del que vendrá un discurso de aceptación de los motivos a cargo del primer ministro Abe. Al día siguiente, se entregará una espada legendaria, un espejo mitológico y una joya sagrada al nuevo emperador, Naruhito.
De todos modos, no será hasta el próximo 22 de octubre que se celebrará la ceremonia de entronización. En tal ocasión, el sucesor al trono hará un viaje en carruaje por las calles de Tokio para ser recibido por el público.
Noriko Hataya, investigadora de Sophia University en Tokio, le dijo a EL TIEMPO que “el rol que juega el emperador en la sociedad japonesa contemporánea, es decir, después de la Segunda Guerra Mundial, es el de servir como símbolo de la nación”.
Adicionalmente, ejerce actos formales en asuntos nacionales, que deben ser aprobados por el gabinete. Por ejemplo, hace presencia y da las palabras iniciales en la ceremonia de apertura de las sesiones del parlamento, y oficializa las credenciales de los representantes diplomáticos de otros países en el Palacio Imperial.
En contraste, David Leheny, investigador de la Universidad de Waseda en Tokio, subraya a este diario que “hay sectores de derecha que quisieran ver un rol políticamente más activo del emperador, a causa de la conexión mística de esta institución en los 2.000 años de historia del país”.
Incluso, existen grupos tradicionalistas que defienden el carácter patriarcal de esta figura. Tal como sucedió hace 12 años, cuando se desató una polémica sobre si la única hija de Naruhito, la princesa Toshi, podría acceder al trono tras la muerte de su padre. Como resultado, “un número destacado de conservadores dejaron claro que el emperador después de Naruhito debería ser su hermano menor o el hijo de su hermano”, agrega Leheny.
El rol que juega el emperador en la sociedad japonesa contemporánea, es decir, después de la Segunda Guerra Mundial, es el de servir como símbolo de la nación.
De todas maneras, el legado que dejó Akihito es, en primer lugar, haber traído la paz a Japón y, según Hataya, el de haber sido “muy cercano al pueblo, especialmente en los momentos más críticos”. Igualmente, bajo su reinado tuvo lugar un acelerado desarrollo tecnológico y la aparición de la cultura pop nipona: sus tribus urbanas, su moda particular y la internacionalización del manga y el anime.
A pesar de esto, afirma Leheny, durante este periodo, Japón entró en una fase de lento crecimiento económico, a diferencia de la bonanza del país durante la década de los 60.
Naruhito iniciará una época marcada por una sociedad que envejece y se renueva muy lentamente.
Alexander Berrío Machacón
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
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