El Sahel, el epicentro de la próxima crisis mundial

Algunas crisis nos toman por sorpresa. Parecen venir de la nada, creando súbitamente el caos y un tumulto desesperado por darles respuesta. Otras son evidentes, pero no hay un punto único de erupción. Los factores que las generan se intensifican hasta el momento en que nos damos cuenta, demasiado tarde, de su gravedad y lo urgente de la situación.

La crisis del Sahel y la región más amplia del África subsahariana del norte es de este último tipo. Sabemos que se aproxima. Todas las señales de advertencia están a la vista. Las evidencias se acumulan. La comunidad internacional ha reconocido la necesidad de abordar el problema. Sin embargo, y a pesar de nuestros esfuerzos, es obvio que debemos hacer más.

Si se produce la erupción, como seguramente ocurrirá si no hacemos un cambio de política, habrá oleadas renovadas de extremismo y migración, afectando a Europa en primer lugar y difundiéndose hasta América y Arabia. Podrían ser incluso mayores que las ocasionadas en Oriente Medio por la guerra civil de Siria y la descomposición de la Primavera Árabe.

Cinco países en peligro

Los cinco países que se suelen incluir en el Sahel (Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger y Chad) son parte de un área geográfica mayor que cruza África desde la costa Atlántica en Occidente, pasando por el norte de Nigeria hasta alcanzar a Sudán en el este. La población del Sahel 5, actualmente de unos 80 millones, es la de mayor crecimiento del mundo. Se estima que para 2030 la población de Níger ascenderá de los actuales 21 millones a 35 millones de habitantes; Burkina Faso crecerá a 27 millones, desde los poco más de 19 millones actuales.

La pobreza es crónica en la región y el cambio climático la está profundizando. La capacidad de gobernanza es débil y los retos de desarrollo son enormes. El resultado es el aumento de la radicalización y el extremismo. Solo en los seis meses pasados, los ataques terroristas ocurridos en Mali, Burkina Faso y Níger han acabado con la vida de casi 5.000 personas en 1.200 incidentes, en lo que es ya un aumento importante en comparación con el año pasado.

Sería injusto decir que la comunidad internacional ha pasado por alto el problema o no ha comprendido su importancia. A medida que en los últimos años se han agravado los problemas de la región, ha habido intervenciones militares, como la de Francia. Los países del Sahel han creado su propio cuerpo de coordinación, el G5 Sahel. Y la comunidad internacional creó la Sahel Alliance, que reúne a actores claves y donantes, con la participación de importantes países europeos y Estados Unidos.

Pero la triste verdad es que la situación se está deteriorando, no obstante el reconocimiento generalizado del peligro inminente. Es verdad que algunos países están intensificando sus iniciativas de ayuda, pero para abordar esta crisis se requiere un esfuerzo plenamente coordinado. Hoy existen varios espacios de coordinación de conversaciones, pero las iniciativas siguen siendo demasiado ‘ad hoc’: valiosas en sí mismas, pero con un impacto por debajo del óptimo, a menos que se ejecuten como parte de una estrategia coherente.

Lo que he aprendido con el tiempo es que el factor crucial y determinante del manejo de estas crisis es la amplitud del foco entre los actores claves, una amplitud que se encuentra cuando la crisis resulta siendo abrumadora, pero que raramente existe cuando todavía se puede evitar.

Si se produce la erupción habrá oleadas renovadas de extremismo y migración, afectando a Europa en primer lugar y difundiéndose hasta América y Arabia

Actuar a tiempo

No hay duda de que hay países de la comunidad internacional que están respondiendo como se debe. El presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Ángela Merkel, han asumido el compromiso de actuar, y el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, está muy centrado en el tema. Sin embargo, faltan muchos de los actores claves. Gran Bretaña se encuentra agotada por el ‘brexit’; Europa, por una multitud de debates internos; y Estados Unidos, por su agitada política interna.

Y, a pesar de los inmensos esfuerzos, los países del Sahel no pueden superar la crisis por sí mismos. Cuando visité Ouagadougou, la capital de Burkina Faso, me quedó clara la valentía del combate del Gobierno contra la amenaza a la seguridad, pero era también evidente el carácter monumental del reto al que se enfrenta.

Mi organización, el Instituto para el Cambio Global, trabaja en la ejecución de programas en varios de los países vecinos al Sahel. En prácticamente todas mis conversaciones con las autoridades de estos países, hoy prevalece la ansiedad sobre lo que ocurre allí.

Es urgente dar dos pasos de inmediato. Primero, una reunión internacional de alto nivel de los países de la Sahel Alliance, junto a otros actores interesados, como los Estados del Golfo e instituciones multilaterales, en que se generan promesas y compromisos de apoyo adecuadamente integrados en un plan completo para la región. Se debe tratar cada aspecto (desarrollo, gobernanza, infraestructura, inversiones, lucha contra el extremismo, y seguridad), con la colaboración recíproca de los países y sin imitar las iniciativas del otro. No se pedirá a ningún donante que renuncie al control de sus contribuciones, pero todas ellas se deberían alinear estratégicamente.

En segundo lugar, a cambio de ese apoyo los países del Sahel deben comprometerse a adoptar las reformas y medidas necesarias para garantizar la eficacia de ese apoyo. Dicho de otro modo, para evitar una crisis se requiere una relación de cooperación genuina en que ambas partes tengan responsabilidades básicas, así como un mecanismo adecuado de seguimiento e implementación.

No debemos tener ninguna duda sobre lo que puede llegar a pasar si no actuamos en este tema. El Sahel es un polvorín y el fusible del extremismo se está encendiendo a un ritmo acelerado. Los líderes mundiales deben prestar una atención lo suficientemente profunda como para concebir el plan y el mecanismo de implementación correctos. Sería un uso muy sensato de su capacidad de atención.

TONY BLAIR*
© Project Syndicate
Londres
* Tony Blair fue Primer Ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007. Presidente del Instituto para el Cambio Global.

Y, además, narcotráfico…

Como si la falta de agua, la pobreza, Estados muy débiles y el yihadismo no fueran de por sí suficientes problemas, a la crisis del Sahel se suma otro peligrosísimo ingrediente: el narcotráfico.

El episodio que mejor ilustra esto se conoce con el nombre de Air Cocaine y comenzó a destaparse en noviembre de 2009, cuando un Boeing 727 apareció parcialmente incinerado en cercanías del municipio septentrional de Tarkint, región de Gao, en Malí. Luego se supo que la nave salió de Panamá, paró en Maracaibo y al parecer hizo otra escala en algún punto de Colombia antes de cruzar el Atlántico transportando al menos 10 toneladas de cocaína colombiana hasta ese remoto y casi despoblado punto de Mali.

No se sabe si los narcos trataron de quemar la nave para no dejar evidencia o se accidentaron al aterrizar o al tratar de huir del lugar, pero la aeronave no fue ni la primera ni la última en Mali y otros puntos del Sahel, que hace parte de lo que se conoce como la ruta subsahariana, que aprovecha las debilidades de esos Estados, la escasa o nula vigilancia internacional en esa parte del mundo y lo barato que es corromper a miembros de las autoridades locales para mover hasta allí grandes cantidades de droga, por barco o por avión, para que luego bandas locales conectadas con traficantes magrebíes las hagan llegar hasta Europa.El problema es de tal magnitud que la periodista española Beatriz Mesa escribió un libro al respecto en 2014 que tituló: ‘La falsa yihad. El negocio del narcotráfico en El Sahel’, allí da cuenta de cómo opera este millonario negocio y denuncia que lo que sucede es más una cuestión de narcotráfico que de islamismo radical.

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