Indígenas chichituys dan ejemplo de integración con los venezolanos

La zona donde se levantó el primer y, hasta ahora Centro de Atención Integral (CAI) para población migrante o colombianos retornados de Venezuela, es desértica, árida y difícil.

A pesar de estar a solo 10 minutos de Maicao, el paisaje da la sensación de estar en medio de la nada. El polvo, el calor y el viento están presentes en todo momento y no hay un solo lugar a donde se pueda huir del sol.

Alrededor solo hay una planicie infinita, un par de árboles bajos y secos, una vieja fábrica de combustibles que ya no abre y dos rancherías de comunidad wayúu Chichituy, cuyas casas se esparcen cerca un kilómetro a la redonda para dar al río Carraipía, cerca de Causarijuno.

Como es común en esa población indígena, fue su palabrero el puente con el que las autoridades y los organismos internacionales empezaron a contarles la idea del CAI.

Las reservas que se tenían quedaron disipadas cuando sin titubeos, la comunidad de Chichituy ofreció toda su ayuda para la construcción. Ellos ayudaron con la descarga del material, la construcción de los RHU (Refugee Housing Units) o Unidades de Vivienda para Refugiados y la preparación para la instalación del alcantarillado, entre otras.

Centro Integral de Atención al Migrante - Maicao - chichituys

Actualmente unos cuatro chichituys trabajan en el CAI, como por ejemplo, Jorge Amaya, quien es el portero y, además, mediador con las autoridades. 

Foto:

Cindy Morales / ELTIEMPO.COM

Ustedes y nosotros entendemos el mundo de otra forma. Y eso que usted llama frontera para mí no existe. No podíamos de ninguna manera negarles la ayuda a los venezolanos, quienes siempre han sido nuestros hermanos”, afirma Zuleidis González, una de las mujeres de la comunidad.

La experiencia que se tuvo en Bogotá, donde los vecinos de la localidad de Engativá no tomaron bien la instalación del campamento de venezolanos –porque entre otras cosas las autoridades no lo discutieron con ellos-, sirvió en Maicao para no repetir los mismos errores. Todas las entidades hicieron que la población conociera, difundiera y participara del CAI.

“Cuando nos dijeron que iba a ver en refugio para los venezolanos, pues nos reunimos todos en la comunidad y le dimos el visto bueno. Evaluamos muchas cosas, los niños, las necesidades que hemos visto en el pueblo, la gente en la calle. Aquí hay espacio, todo el que quiera, ¿por qué no hacerlo?”, dice González.

Actualmente unos cuatro chichituys trabajan en el CAI, como por ejemplo, Jorge Amaya, quien es el portero y, además, mediador con las autoridades. La comunidad indígena también ha recibido tanques de agua potable y se espera que puedan entrar en los programas de capacitación que se harán en el centro con el Sena.

Presentar las acciones que se hacen a nivel nacional para mitigar los efectos de la migración venezolana en Colombia no es un reto fácil, sobre todo por los brotes de xenofobia que se han presentado en el país.

Aunque la xenofobia es muy difícil de medir, se pueden dar algunas cifras. Por ejemplo, el año pasado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) hizo un estudio sobre lo que hablan los colombianos en redes sociales azcerca de la migración. Se analizaron 14 mil conceptos y se halló que en las conversaciones se asociaba la llegada de los extranjeros al desempleo, la criminalidad, la prostitución o la caída de la economía.

La Guajira no era la excepción y jugaron temas a favor y en contra de la integración de los venezolanos. Pero la respuesta, hasta ahora, ha sido positiva. La experiencia servirá, sin duda, si se decide abrir otros centro de atención en el país.

CINDY A. MORALES
Subeditora de ELTIEMPO.COM
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