Amazonia, la necesitamos ¡viva!

El 65 por ciento de la Amazonia es brasileña, pero cualquier cosa que la dañe nos afectará a todos. La región, de unos 7 millones de kilómetros cuadrados –que comparten Bolivia, Colombia, Ecuador, las dos Guyanas, Perú, Surinam y Venezuela–, no es pulmón ni despensa, pero sí la principal reguladora del clima del planeta.

No es pulmón, porque sus viejos árboles solo producen el oxígeno que consumen; tampoco, despensa, porque solo existen algunas manchas de fertilidad, y por eso fracasaron siete proyectos de ocupación emprendidos por Brasil.

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Lo que hace la Amazonia es absorber la mayor cantidad de dióxido de carbono (gas de efecto invernadero que causa el calentamiento global) que producimos a nivel planetario, ofrecernos con sus ríos el 15 por ciento del agua dulce de la tierra, actuar como reguladora del clima y ser la gran fuente de biodiversidad del mundo, entre otras cosas.

Con su eventual destrucción se perderían servicios ambientales como el mantenimiento del régimen de lluvias del que dependen la agricultura, actividades pecuarias y la cadena alimenticia, y se aceleraría el cambio climático, que pende sobre nosotros como una espada de Damocles y nos amenaza con nuestra extinción.

No es pulmón, porque sus viejos árboles solo producen el oxígeno que consumen

Si la Amazonia desaparece, el clima enloquecería, afectaría la agricultura, empezarían a escasear los alimentos y el agua, pues no se sabría cuándo sería la época precisa, de lluvias o de sol, para sembrar. Muchos ríos se desbordarían y otros desaparecerían”, me explicó un científico del Instituto Nacional de investigaciones de la Amazonia (Inpa) en Manaos, hace más de 20 años, cuando realicé un viaje de ocho semanas por 5 de los 7 estados de la Amazonia de Brasil. Entonces, la depredación en la zona y la deforestación ya habían comenzado con el saqueo de maderas valiosas como el Mogno (Caobo), que en la época se cotizaba a 20.000 dólares el árbol en el mercado internacional; con la ganadería, que arrasaba con la vegetación hasta con incendios provocados, y con la minería, que envenenaba los ríos con mercurio.

Existía, por ejemplo, sobre el río Madeira, el principal afluente del Amazonas, una ciudad conformada por cientos de dragas o casas flotantes que extraían oro y vertían mercurio sobre sus aguas, envenenándolas, mientras operaban, al mismo tiempo, como supermercados, peluquerías, prostíbulos o habitaciones.

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La única ley en la región era la ametralladora más potente. Los defensores del medioambiente, de los derechos humanos, incluso obispos de la Iglesia católica y líderes ambientalistas como Chico Mendes, y los indígenas en sus resguardos eran acribillados por pistoleros a sueldo. Recuerdo que bandas organizadas asesinaban entre 15, 20 o más indígenas para llevarse 12 árboles de Mogno.

Los yanomamis, que habían pasado más de 2.000 años andando desnudos por la selva, empezaban a morir de gripa, sarampión y enfermedades cutáneas al establecer contacto con el hombre blanco. Sin saberlo, caminaban sobre toneladas de diamantes en la zona del Paaiú, estado amazónico de Roraima, y esa fue su maldición. Comenzaba en la época el inicio de su pesadilla.

Bandas y tráficos

La Amazonia brasileña era dominada entonces por todo tipo de bandas y de tráficos: desde armas hasta personas, pasando por drogas, oro, diamantes, casiterita (óxido de estaño), coltán y otros minerales. Fui amenazada tres veces de muerte, pero, finalmente, salí con vida y concluí el trabajo que realizaba para el diario La Vanguardia, de Barcelona. Pero hoy la situación parece haber empeorado y el deterioro de la Amazonia ha crecido de forma aterradora, como un cáncer que hace metástasis. Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), que se encarga de monitorear la deforestación en la Amazonia desde 2012, la depredación se ha acelerado con los incendios sin precedentes registrados en lo que va del 2019. Se ha reseñado casi un 84 por ciento más que en el mismo período el año pasado, el índice más alto de los últimos 6 años.

El presidente Jair Bolsonaro, que no está de acuerdo con las cifras del Inpe, no solo ha dicho que todo el escándalo busca tumbarlo, sino que acusó al presidente de Francia, Emmanuel Macron, de “sensacionalista” por pedir que el asunto de la Amazonia se tocara de emergencia en la cúpula del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Italia, Japón, Reino Unido y Francia) este fin de semana.

Jair Bolsonaro

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil.

Foto:

AFP / EVARISTO SA

“La sugestión del presidente francés, sin la participación de los países de la región, evoca una mentalidad colonialista que no tiene cabida en el siglo XXI”, dijo Bolsonaro. También sugirió un par de veces, sin presentar pruebas, que las ONG ambientalistas serían las responsables por los incendios, y justificando que es difícil estar apagando incendios en un área del tamaño de Europa o presentar pruebas sobre los culpables de estos “incendios criminales”, “pues habría que cogerlos in fraganti”.

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Por otro lado, y para defenderse de las críticas a nivel mundial, la cancillería brasileña ha utilizado cifras del gobierno Lula. Una circular enviada a los puestos diplomáticos en el exterior habría comenzado diciendo que los índices de deforestación en la Amazonia tuvieron una reducción significativa del 72 por ciento y pasaron de 27.700 kilómetros en 2004 a 7.500 kilómetros en 2018.

Lo que no aclaró fue que en ese período solo hubo reducción de la deforestación entre 2004 y 2012, en el mandato de Luiz Inácio Lula da Silva y en la mitad del primer mandato de Dilma Rousseff, dicen los expertos.

La depredación amazónica no es solo de Brasil. El primer estudio panamazónico realizado sobre la minería ilegal el año pasado, por ejemplo, afirma que la misma está destruyendo la selva, contaminando los ríos y amenazando la vida de los pueblos indígenas en Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.

Analistas estiman que en Colombia, como en el resto de países amazónicos, no se estaría haciendo lo suficiente para preservar la vida de una región que es patrimonio de vida de la humanidad, y en donde, también, se está dejando la puerta abierta a la codicia y la ambición desenfrenadas, dándosele un portazo en las narices a la vida. Por eso se ha pedido al presidente Iván Duque y a los restantes mandatarios que actúen con urgencia y hagan lo que corresponde para no dejar morir este santuario de biodiversidad.

Antes de los recientes incendios, se estimaba que en la Amazonia existían más de 390.000 millones de árboles, el 10 por ciento de la biodiversidad mundial y que vivían allí 35 millones de personas, entre las cuales 2,6 millones eran indígenas, según las cifras de WWF, la mayor ONG ambientalista del mundo. También que crecían allí 30.000 tipos de plantas, 2.500 especies de peces, 1.500 de aves, 500 de mamíferos, 550 de reptiles y 2,5 millones de insectos, de acuerdo con la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (Otca).

Hoy, ninguna entidad seria se atreve a dar cifras. No se sabe con exactitud lo que quedó después de dos semanas de incendios en, por lo menos, cuatro de los siete estados de la Amazonia brasileña. Tampoco hay datos sobre los que se habrían registrado, según mapas, en Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.
Pero Brigitte Baptiste, exdirectora del Instituto Alexander von Humboldt, dijo en una entrevista con la emisora RCN que el daño producido por los incendios “es demasiado grande, y habría que esperar de 200 a 300 años de recuperación, natural o asistida, para que la complejidad de la selva, su biodiversidad y funcionalidad vuelvan siquiera a ser medianamente similares a lo que hoy en día se está destruyendo”.

Desarrollo industrial

La codicia y la ambición desenfrenada, que reta la vida y siembra la muerte, son apuntadas por muchos brasileños como uno de los mayores responsables de lo que sucede hoy. También se culpa a las políticas de Bolsonaro, de retirar los subsidios e impulsar, a cualquier costo, el desarrollo industrial de la Amazonia. “Con tantas señales de desprecio por el medioambiente por parte del Gobierno, era de esperarse una depredación mayor”, dice a EL TIEMPO la analista internacional Diana Brajteman.

Amazonia en llamas

Un centenar de personas protestan ante el consulado de Brasil en Valencia, España y corean: «El Amazonas no se vende, se defiende» por los incendios que sufre estos días la selva amazónica.

También se mencionan otros factores, “como la acción depredadora de los grileiros o los aventureros que se hacen pasar por agricultores e invaden tierras desocupadas –por lo general públicas–, en ocasiones los resguardos indígenas, e incendian los bosques para adueñarse de áreas inmensas”, afirma Mario Osaba, otro analista.
“Esa gente se sintió autorizada por el Gobierno, que impulsa el desarrollo y explotación de la Amazonia y los resguardos indígenas con ganadería, minería o lo que sea, para intensificar la deforestación con el objetivo de obtener ganancias al adueñarse de tierras; y encontró en los incendios el camino más rápido para conseguirlo”, dice.

En su opinión, para Bolsonaro y para gran parte de los generales que están en su gobierno, las ONG son enemigos, agentes extranjeros y comunistas. También hay razones delirantes.

Si la Amazonia desaparece, el clima enloquecería, afectaría la agricultura, empezarían a escasear los alimentos y el agua, pues no se sabría cuándo sería la época precisa para sembrar

El general retirado Augusto Heleno Pereira, jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, con rango de ministro y a quien se considera el principal consejero de Bolsonaro, afirmó recientemente que “los indígenas en sus resguardos amazónicos son una amenaza para la soberanía nacional, ya que podrán, en cualquier momento, aconsejados por alguna ONG, declarar su independencia, como nuevo país”.

El viernes, Bolsonaro dijo que tendrá “cero tolerancia” con los delitos ambientales pero, se necesita mas. En la Amazonia hay múltiples cánceres que la desfiguran y amenazan desde hace años. La necesitamos viva, con sus gentes, especies, ríos, biodiversidad. Necesitamos mas protección y leyes que se cumplan. No palabras de impacto.

Gloria Helena Rey
Para EL TIEMPO

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