¿Nuestro mundo se parece al que desató la Segunda Guerra Mundial?
Por primera vez en muchos días, Simone de Beauvoir se sentía de buen humor. Era el 1.º de septiembre de 1939, estaba en París y había desayunado a las diez de la mañana. “Siento la totalidad de mi vida en torno a mí, equilibrada y feliz”, anotó en su diario. “El periódico publica las reivindicaciones de Hitler –sin comentario–; no hace hincapié en lo inquietante de las noticias y tampoco se habla de esperanzas. Impresión confusa. Errática e incierta, echo a andar hacia el Dôme. No hay mucha gente. Apenas he pedido un café cuando un chico (…) grita: ‘Han declarado la guerra a Polonia’. (…) Me levanto y corro hacia el hotel a esperar a Sartre. La gente aún no se ha enterado y, como siempre, sonríe por la calle”.
Ese día, hace casi ochenta años, la Alemania de Hitler invadió Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial. El régimen nazi venía violando sistemáticamente los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial en 1919. Como en un juego de póquer, Hitler desafiaba y, del otro lado, Gran Bretaña y Francia pasaban y permitían que Alemania aumentara la apuesta.
“En 1935 volvió a entrar en vigor el servicio militar obligatorio, los británicos aceptaron que Alemania reforzara su poder naval y se construyó oficialmente la Luftwaffe. Ni Gran Bretaña ni Francia protestaron con determinación ante aquel programa acelerado de rearmamento”, escribe Antony Beevor en su libro ‘La Segunda Guerra Mundial’.
Hitler, impaciente
En 1936, Alemania volvió a ocupar Renania, región controlada por Francia; no hubo respuesta. El mismo año intervino en la Guerra Civil española; tampoco. Hitler seguía: “Una vez más, supo aprovecharse del pavor de las democracias a una guerra”, explica Beevor. Además, sus arengas contra los judíos se repetían, en línea con lo que le dijo a Goebbels el 30 de noviembre de 1937: “Los judíos tienen que salir de Alemania, sí, tienen que salir de toda Europa”.
Según Beevor, el “gobierno (británico) de Neville Chamberlain, al igual que la mayoría de la población británica, seguía estando dispuesto a convivir con una Alemania rearmada y revitalizada. Muchos conservadores consideraban a los nazis una especie de baluarte contra el bolchevismo”.
En marzo de 1938 Alemania se anexionó Austria, entre los aplausos de su población. Hitler buscaba la guerra, estaba impaciente, y decidió invadir Checoslovaquia, pero, para su decepción, Chamberlain y Édouard Daladier, el jefe del Gobierno francés, le concedieron parte del territorio checoslovaco, los Sudetes. Eso ocurrió en las negociaciones de Múnich, en septiembre.
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El ‘blufeo’ seguía dándole fichas a Alemania. Francia y Gran Bretaña continuaban jugando a conservar la paz; Hitler, a preparar la guerra. En noviembre de 1938, quizás ya muy tarde, las potencias occidentales comenzaron a abrir los ojos. Los camisas pardas nazis atacaron a la población alemana judía, en lo que se conoció como la Noche de los Cristales Rotos; un nombre casi lírico que esconde, además de los destrozos en las tiendas hebreas, el incendio de sinagogas y el asesinato de judíos.
En marzo de 1939, Alemania violó los acuerdos de Múnich y ocupó toda Checoslovaquia. Los aliados, explica Beevor, se dieron cuenta de que eso de poner al amparo del Reich las minorías alemanas “no era más que un pretexto para anexionarse territorios”. Chamberlain se comprometió con Polonia, como “advertencia a Hitler ante otros posibles proyectos de expansión”.
En abril de 1939, Stalin ofreció una alianza a Gran Bretaña y Francia para prestar ayuda a cualquier país de Europa central que fuese amenazado por un agresor. Se refería a Alemania, claro. Chamberlain dudó, pues temía provocar a Hitler; su duda motivó que el dictador alemán y el soviético firmaran un pacto de no agresión el 23 de agosto, en el que, además, se repartieron Polonia.
Alemania podía seguir ampliando su “espacio vital” y luego iniciar la guerra hacia occidente sin preocuparse de su flanco en el este.
Los nazis idearon una farsa para culpar a los polacos del inicio de la guerra. Un grupo de las SS simuló un ataque contra blancos alemanes en la frontera con Polonia: drogaron a cuatro prisioneros del campo de concentración de Sachsenhausen, los vistieron con uniformes polacos, los ejecutaron y dejaron los cuerpos como testimonio del ataque. Era el 31 de agosto.
Como observa Beevor, la primeras víctimas de la Segunda Guerra Mundial (en Europa, pues los enfrentamientos entre Rusia y Japón habían comenzado en junio) fueron prisioneros de un campo de concentración; es “escalofriantemente simbólico”. Al otro día, las fuerzas alemanas cruzaron la frontera con el objetivo de destruir totalmente Polonia. Fue el inicio de una guerra que además de nacionalista y xenófoba era genocida. En su libro sobre las SS, el autor británico Adrian Weale escribe: “La invasión y ocupación de Polonia oriental en septiembre de 1939 marcó un cambio decisivo en la política alemana respecto a los judíos”. Si hasta entonces la persecución había sido más cuidadosa, gradual, incluso apelando a las leyes, ahora sería sin caretas, “abrupta, violenta y sin apenas restricciones”.
El culto a la tradición, al héroe y la muerte; el rechazo de la modernidad, el irracionalismo, la exacerbación del miedo a la diferencia, el aprovechamiento de las frustraciones individuales y sociales, el nacionalismo, el belicismo, el machismo y la misoginia, las “minorías” como chivos expiatorios, el populismo, la apelación a un supuesto sentido común. Esas características que, según Umberto Eco, definen el “fascismo eterno”, desataron una segunda y más cruel guerra mundial. Hay quienes reconocen algunos de esos elementos en las fuerzas y gobiernos populistas actuales, de Europa a América del Sur, pasando por Asia y Estados Unidos.
Aquel 1.º de septiembre de 1939, en Francia, tras enterarse de la invasión a Polonia, Simone de Beauvoir estaba en su hotel esperando a Sartre. Tenían 31 y 34 años, respectivamente. “Gradualmente la evidencia se impone: es la guerra”. Aún no se había anunciado la movilización, a la que Sartre y otros miles debían responder.
“Todas las casas están cerradas, y no hay ni un peatón por las calles; sin embargo, por el puente discurre un interminable desfile de coches repletos de maletas y, a veces, de gente joven”, anota De Beauvoir en su ‘Diario de guerra’. “Sartre llega bolsa en mano: se ha decretado la movilización. Los periódicos anuncian que mañana entrará en vigor, lo que nos da un poco más de tiempo”.
Ni Francia ni Gran Bretaña protestaron con determinación ante el rearme alemán.
Los alemanes idearon una farsa para culpar a los polacos del inicio de la guerra.
JUAN RODRÍGUEZ M.
EL MERCURIO (Chile) – GDA
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‘Los populistas ofrecen una solución autoritaria y racista que crea nuevas élites’: Federico Finchelstein
En estos tiempos de extremismo, racismo y populismo, estamos viviendo en un contexto muy diferente al de Adolfo Hitler y Benito Mussolini. En el pasado, en los años de entreguerras, se pusieron de moda las críticas a la democracia desde la extrema derecha, pero las respuestas fueron fascistas, corporativistas y dictatoriales. Es decir, se constituyeron gobiernos totalitarios y se destruyó la democracia por completo. Hoy, en países como Estados Unidos, Brasil, Filipinas o Hungría gobiernan populistas y no fascistas. El populismo presenta una respuesta democrática y autoritaria a la vez. No destruyen la democracia, pero la debilitan. Asimismo, comparten objetivos políticos y se vuelven compañeros de ruta de muchos fascistas. Trump o Bolsonaro regresan a métodos y temáticas fascistas y, como los fascistas, hacen del racismo, la demagogia, la fe ciega en el líder y la glorificación de la violencia temas centrales. En suma, no estamos reviviendo el pasado.
Y sin embargo debemos preocuparnos. En la década de 1930, la democracia no estaba tan defendida como lo estamos haciendo ahora a nivel local y también global. En estos tiempos que corren, los populistas quieren minimizar la democracia, disminuirla pero sin destruirla, como los fascistas querían hacer y finalmente hicieron en muchos países del mundo. También ahora, el recuerdo de los crímenes fascistas es parte de la cultura política democrática, y somos muy conscientes de lo que la historia nos enseña a este respecto. Es necesario defender nuestras democracias porque las instituciones democráticas, las salvaguardas, no son tan fuertes como mucha gente cree. La historia de los fascismos y los populismos que vienen del siglo pasado nos enseña que la democracia debe amplificarse y hacerse menos desigual. Los populistas no actúan en un vacío político, económico o social. El éxito del populismo demuestra que muchos votantes son críticos de las soluciones tecnocráticas, de una élite de políticos que (en Estados Unidos y América Latina) son en su mayoría millonarios; no saben mucho o no experimentan la vida de la mayoría de los ciudadanos. Los populistas ofrecen una solución autoritaria y racista que, de hecho, crea nuevas élites e, incluso, un campo más autoritario de toma de decisiones. Reemplazan la representación por la delegación. Están volviendo a un ‘socialismo para imbéciles’. Proporcionan verticalismo y xenofobia como respuestas simples y poco éticas a problemas importantes y complejos. Caudillos como Trump y Bolsonaro reformulan el pasado; no son fascistas, sino posfascistas.
Federico Finchelstein estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires, es profesor en The New School for Social Research y Eugene Lang College, Nueva York; y autor de ‘Del fascismo al populismo en la historia’ (Taurus).
Los populistas ofrecen una solución autoritaria y racista que, de hecho, crea nuevas élites e, incluso, un campo más autoritario de toma de decisiones
‘Un descuido puede marcar el inicio de un holocausto nuclear’: Brahm
El 3 de mayo de 1932, un columnista de ‘El Diario Ilustrado’, al comentar el 37 % de votos alcanzados por Hitler en la segunda vuelta presidencial del mes anterior, comentaba: “Esto demuestra un considerable avance de las ideas de Hitler y una seria amenaza para la paz mundial”. Con clarividencia, ya preveía la llegada de los nazis al poder en enero del año siguiente y, con ello, el estallido casi inevitable de una guerra. Para llegar a esa conclusión solo bastaba tomarse en serio lo que Hitler había escrito en ‘Mein Kampf’: el objetivo de la política exterior de Alemania, después de reconstituir la raza aria, debía ser la búsqueda de espacio vital (‘Lebensraum’) en el este de Europa, lo que necesariamente implicaba una guerra con Polonia y la Unión Soviética. Para no verse enfrentado a una guerra en dos frentes, debía primero derrotar a los franceses. Una vez conquistada la Rusia europea hasta los Urales, Alemania, en posesión de las inmensas riquezas que albergaban esos territorios, alcanzaría la autarquía económica y una fuerza que le permitiría desafiar a las potencias anglosajonas por el dominio del mundo.
El conflicto mundial que se avecinaba solo pudo haberse evitado si los rivales de Hitler en materia de política exterior, las potencias occidentales que defendían el orden de Versalles, se hubieran puesto firmes desde 1933 al no hacerle al líder nazi ninguna concesión. Pero la política de “apaciguamiento” permitiría que Alemania recuperara poco a poco su fuerza, y cuando se la quiso frenar en 1939, hace 80 años, ya era tarde: solo una guerra mundial –librada también contra sus aliados, Japón e Italia– con decenas de millones de muertos, que culminaría con la conquista de Berlín, el suicidio del Führer y la detonación de las primeras bombas atómicas, devolvería la paz a la humanidad.
Los actuales problemas mundiales están muy lejos de ser equiparables a aquellos que enfrentaba el mundo en agosto de 1939. En principio, no parece que alguno de los grandes líderes políticos tenga como objetivo la guerra, como en ese momento lo tenía Hitler. Además, el inicio de la era atómica ha obligado a las grandes potencias a ser mucho más cuidadosas en el empleo de la fuerza. En todo caso, desde el fin de la Guerra Fría, el orden mundial se ha hecho más volátil y el armamento nuclear se ha diseminado, y disponen de él muchos países que se encuentran envueltos en serios conflictos. Cualquier descuido puede marcar el inicio de un holocausto nuclear. De ahí que sean más válidas que nunca las palabras de la Escritura: “Estén preparados, porque no saben el día ni la hora”.
Enrique Brahm García es historiador, profesor de la U. de los Andes (Chile) y autor de ‘Cartas desde Stalingrado’ (Bicentenario).
‘Desde los hechos del 11S predominan la incertidumbre y los sucesos inesperados’: Wilson
La situación actual es muy diferente de aquella que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
Hay más semejanzas con la época que precedió a la Primera Guerra Mundial. Las dinámicas que se desplegaron en los Balcanes, el mundo colonial europeo e incluso en las naciones independientes de Sudamérica, a inicios del siglo XX, y los conflictos de nuestro sistema internacional multipolar tienen en común algunas características notables: son inesperados, continuos y descentralizados, es decir, ocurren en escenarios periféricos.
Por otro lado, los conflictos presentes se desarrollan en marcos o sistemas de poder distintos a los que existían en la época de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, potencias como Estados Unidos o China, antes de escalar directamente a un conflicto militar, estarían forzadas a negociar debido a que su interdependencia es mucho mayor que la que existía entre potencias rivales en 1939.
Tampoco observamos hoy proyectos mesiánicos que aspiren a un dominio ideológico, militar o étnico de tipo global, como la URSS y los fascismos europeos, en la década de 1930, o el Japón imperial que no escondía, desde su apertura a Occidente (con las reformas Meiji durante la segunda mitad del siglo XIX), una agenda con pretensiones hegemónicas basadas en elementos étnico-culturales propios, pero que se manifestaban sobre procesos y mecanismos occidentales.
La invasión a Polonia, el 1.º de septiembre de 1939, no fue más que la culminación de una sucesión de dinámicas agresivas que se extendieron a lo largo de los años 30. Países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos previeron el desenlace de ese proceso y para enfrentarlo reconocieron a las potencias agresivas, y durante años se rearmaron. Eventos como la progresiva ocupación japonesa de China o la guerra civil española fueron señales claras de la tormenta que se avecinaba. Hoy no existen señales. Al menos así de claras.
Volviendo al presente, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, predominan en el mundo la incertidumbre y los sucesos inesperados. Ataques, invasiones, motines, como los que están ocurriendo en Hong Kong, o la guerra comercial entre China y Estados Unidos son acontecimientos que nadie previó. La utopía pesimista imaginada por Aldous Huxley en su obra clásica ‘A Brave New World’ hecha realidad.
Fernando Wilson L. es doctor en Historia de la Universidad Católica de Valparaíso y profesor del Departamento de Historia de la Universidad Adolfo Ibáñez.
La situación actual es muy diferente de aquella que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Hay más semejanzas con la época que precedió a la Primera Guerra Mundial
‘El mundo actual se asemeja al de 1914’: Joaquín Fermandois
La Segunda Guerra Mundial se originó en causas muy diferentes a las de 1914. El conflicto de 1939 se originó, en último término, en las ideologías totalitarias nacidas a raíz de la Primera Guerra Mundial, y porque una de ellas, la Alemania nazi, en una especie de contrarrevolución de consecuencias revolucionarias y nihilistas, desencadenó con premeditación una guerra de expansión y exterminio. En cambio, 1914 brotó de las rivalidades tradicionales de la política europea del XIX, al comienzo contenidas por los procedimientos del Congreso de Viena o por la maestría irrepetible de un Bismarck. Los mecanismos que se creían naturales para evitar los conflictos se habían diluido para comienzos del XX. De pronto, en 13 días de julio de 1914, sin salir de su propio asombro o entusiasmo irresponsable, se precipitaron en lo que sería una herida fatídica para el liderazgo europeo.
El mundo actual sin duda se asemeja al de 1914. Ahora la rivalidad y probabilidad de conflicto se producen más por razones de competencia entre estados nacionales que por alineamientos ideológicos o de valores, tal como en 1914, aunque entonces había más convergencia cultural porque los principales actores eran europeos o hijos de ese tronco. Solo se parece a 1939 en que se debilita la convergencia entre las grandes democracias desarrolladas. La competencia económica o la ‘guerra comercial’, en 1914 o ahora, tiene poco que ver con el proceso económico en sí mismo, sino con una pugna de poder.
Un aspecto sí ha cambiado respecto de 1914 o 1939. Hay más conciencia entre las grandes potencias acerca de lo aniquilador de una guerra total entre ellas. Las armas nucleares han sido en este sentido un buen disuasivo; es “la paz mediante el terror”, principio poco alentador. Excluida en principio una guerra de las grandes potencias entre sí, las posibilidades de conflicto están dadas, más bien, por los enfrentamientos étnico-nacionales, a veces también religiosos; esto es casi lo mismo que el ‘Estado fallido’, Haití, Somalia, Libia; o guerras locales de violencia potencial incalculable, con armas nucleares, en el Medio Oriente, o entre India y Pakistán. Si cunde la proliferación nuclear, sería casi inevitable que en algún momento no demasiado remoto haya una guerra nuclear que arrastre al mundo a su extinción. La paz entre los grandes –que no haya otra guerra mundial– depende de los instintos conservadores y sabiduría de los equipos dirigentes. Lo preocupante es que este atributo mengua de cuando en vez.
Joaquín Fermandois es profesor del Instituto de Historia UC y de la Universidad San Sebastián, con estudios en Alemania y España, y autor de ‘Historia, ideas y política’ (Respublica).
Momentos claves de cada uno de los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial
1939: 1.° y 3 de septiembre
Alemania ataca a Polonia, se inicia la guerra
En la madrugada del 1.° de septiembre, la aviación empezó a bombardear Polonia, y en siete días el ejército de Hitler llegó a Varsovia. El 3 de septiembre, Francia y Gran Bretaña le declaran la guerra a Alemania.
1940: 11 y 22 de junio; 27 de septiembre
Alemania sigue creciendo e invadiendo
Después de que Hitler invadió Dinamarca, Noruega, Holanda y Bélgica, e intentó invadir el Reino Unido, Italia se sumó al Eje el 11 de junio; el 22 de ese mes, Francia firmó armisticio con Alemania. El 27 de septiembre se creó el pacto tripartita entre Alemania, Italia y Japón.
1941: 22 de junio y 7 de diciembre
Se crean más frentes
Alemania ataca a la Unión Soviética en la operación Barbarroja el 22 de junio. El 7 de diciembre, Japón ataca la base estadounidense Pearl Harbor, y al día siguiente Estados Unidos y el Reino Unido le declaran la guerra a Japón.
1942: 7 de junio, octubre y noviembre; y entre el 23 de agosto y el 2 de febrero de 1943
Las batallas
EE. UU. derrota a Japón en la batalla de Midway, el 7 de junio. Entre octubre y noviembre, Inglaterra detiene el avance alemán en África (segunda batalla de El Alamein), y entre el 23 agosto y el 2 febrero de 1943 se libra la batalla de Stalingrado, con la derrota de Alemania, la victoria de la Unión Soviética y un saldo de unos 2 millones de bajas.
1943: 3 de septiembre y 28 de noviembre
Todos unidos
Los aliados, cada vez más afianzados, recuperan Italia el 3 de septiembre. Meses después, el 28 de noviembre, se da la Conferencia de los aliados (Inglaterra, Estados Unidos y la URSS) en Teherán.
1944: 6 de junio; 10 y 25 de agosto
Más cerca de la victoria de los aliados
En el mes de junio se logra la liberación de Roma (Italia). El 6 de junio es el desembarco de los aliados en Normandía (Día D); y el 25 de agosto liberan París.
1945: 25, 28 y 30 de abril; 2 de septiembre
La guerra llega a su fin
El 25 de abril, las tropas rusas entran a Berlín. El 28 de ese mismo mes es ejecutado el Duce italiano, Benito Mussolini; y el 30 de abril se suicida el Führer alemán, Adolfo Hitler. El general estadounidense Douglas MacArthur acepta la rendición japonesa, con lo que oficialmente termina la Segunda Guerra Mundial, el 2 de septiembre.