‘La crisis de la democracia se debe al aumento de las desigualdades’

Lejos del ‘fin de la historia’ proclamado por Francis Fukuyama y la victoria definitiva de la democracia liberal, los regímenes democráticos parecen haber ganado para sí una larga lista de adjetivos: democracias confiscadas, defraudadas, exigidas y jaqueadas por capitalismos que profundizan los niveles de desigualdad hasta la implosión. Los desafíos y las encrucijadas de democracias en constante transformación, frágiles y asediadas; la mundialización de la desigualdad y la necesidad de redefinir políticas de distribución marcan el mapa de obsesiones del historiador y académico francés Pierre Rosanvallon (1948), autor de ‘La sociedad de iguales’, ‘La contrademocracia’, ‘El buen gobierno’, entre otros textos fundamentales.
Para Rosanvallon, “la democracia no está cumpliendo con la promesa de que cada cual encuentre su lugar en la sociedad” y “lo único que se cumple es la profundización de la desigualdad”. En suma, en sociedades muy fragmentadas, donde “la amenaza no es la revolución, sino la desintegración”.
Atento a las convulsiones de las democracias latinoamericanas y europeas, el intelectual marca diferencias, pero también, un rasgo común que atraviesa la época: la necesidad de repensar la idea de igualdad y las formas de redistribución que permitan ‘vivir juntos’, una vida en común. ‘La Nación’ conversó con él en Buenos Aires.
En los años 90, la democracia liberal parecía ser el único régimen político posible. Treinta años después, está asediada por populismos y autocracias. ¿Qué pasó?
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En 1989, algún ensayista había previsto el fin de la historia y que la democracia iba a expandirse tranquilamente en todo el mundo. No fue solo la caída del Muro de Berlín en 1989; en los años 80 finalizan las dictaduras en Brasil, Chile, la Argentina y Uruguay, y en Europa, un poco antes, habían caído las dictaduras en Grecia, Portugal y España. O sea que tuvimos esta sensación de que había un advenimiento de la democracia, mientras que ahora tenemos el sentimiento de una crisis o derrumbe democrático.
¿Dónde ubica el origen de la crisis actual?
Hay dos orígenes, uno social y otro institucional. El origen social es el aumento de la desigualdad a partir de finales de los años 80 y principios de los años 90. Se ha dicho mucho que la globalización es la responsable del aumento de las desigualdades. A lo mejor lo potenció y lo aceleró, pero este fenómeno es más profundo porque el capitalismo se transformó, y también se transformó el vínculo entre el capitalismo financiero y el capitalismo industrial. Con respecto a las causas y el análisis institucional, la democracia no está cumpliendo con la promesa de que cada cual encuentre su lugar en la sociedad. Lo único que se cumple es el aumento de la desigualdad.
La democracia fracasó en su ideal de construir un mundo común…
El objetivo de la democracia es dar importancia a los ciudadanos; pero hoy, por el contrario, tenemos la impresión de que casi en todos lados lo que existe es una democracia confiscada. Se suele decir que la culpa la tienen los partidos políticos, pero ese es uno entre muchos otros factores. Si en todos lados los partidos políticos tradicionales están en crisis en términos institucionales, es también debido al cambio de la sociedad. Toda la política moderna fue construida en torno a partidos políticos que representaban grupos sociales, territorios, ideologías y religiones; de alguna manera siempre estuvieron vinculados a una sociedad de clases. En América Latina no tanto, porque lo que se estructuró en el paisaje político fueron, más bien, partidos que representaban masas y oligarquías. Y esta oposición entre masas y oligarquías ya la vemos en todos los países de Europa.
¿Europa se latinoamericanizó?
Exactamente; ese arcaísmo latinoamericano pasó a ser el funcionamiento de la política contemporánea. Hay que precisar algo: en América Latina estaba la oposición entre masa y oligarquía, pero también había partidos que tenían una forma de estructuración social. Es la historia del populismo en la región. Es también la historia del peronismo y del radicalismo. Lo que cambió es que ahora tenemos sociedades mucho más fragmentadas. Esto es, los individuos ya no se definen solo por su condición social, sino también por su situación social, por sus trayectorias personales, por los accidentes de la vida, por las pruebas que tuvieron que pasar. Lo que se está visibilizando ahora en Francia, con el movimiento de los ‘chalecos amarillos’, es que lo que los define no es solo su oficio, su territorio o su condición social, sino también las situaciones de vida. Por ejemplo: mujeres con hijos pero sin ayuda, personas que viven a gran distancia de sus trabajos o que tienen una experiencia social del desprecio y falta de dignidad. Hay una complejización del mundo social que los partidos dejaron de expresar. Esto es muy visible en Francia: los sindicatos, que fueron profesionales de la gestión y representación de situaciones sociales, no entienden lo que pasa hoy.
Eso implica el enorme desafío de repensar la democracia, el tipo de capitalismo y el tipo de pacto social. ¿Hay que reinventar la relación entre democracia y capitalismo?
Ciertamente, y hay que repensar los medios para abordar esto. Hacen falta más políticas de redistribución para compensar desfases de ingreso tan importantes como los que tenemos hoy. Lo que tenemos que hacer es que la reducción de las desigualdades sea aceptada socialmente. Y para que suceda eso, hay que haber pasado por pruebas en común, haber compartido problemas. Un ejemplo muy sencillo: en 1914, antes de la Primera Guerra Mundial, no había impuesto a la renta en Estados Unidos. Pero hubo que financiar el esfuerzo de guerra y fue un conservador, un republicano, quien tuvo la expresión “los dólares también tienen que morir por la patria”. Desde 1920, la tasa más importante de impuesto a la renta era del 20 %. A principios de la Segunda Guerra Mundial era del 92 %. Fue este sentimiento de vivir pruebas en común lo que cambió la relación de distribución. En Europa se construyó el estado de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial, precisamente por eso. Hoy en día, ya no tenemos esta comunidad de pruebas que podría fundar esta comunidad de redistribución.
¿Cuánta desigualdad es capaz de tolerar la democracia?
Es muy difícil dar números, pero cuando había una diferencia de 1 a 10 o de 1 a 20, de alguna manera se podía aceptar. La igualdad no solo se define en términos estadísticos, la igualdad se tiene que vivir como una relación social. La igualdad es vivir como iguales.
Un desafío gigantesco en sociedades tan fragmentadas, diversas y heterogéneas en las que el ‘otro’ es cada vez más un otro amenazante y ‘peligroso’…
Toda sociedad que quiere huir de sus problemas internos inventa un enemigo externo, y hoy en día lo que tenemos es un problema de implosión. La amenaza no es la revolución, sino la desintegración, que produce unos efectos sociales, económicos y psicológicos terribles. Dicho eso, habría que dar respuestas económicas para redefinir un nuevo modo de producción.
El mundo atraviesa momentos de inestabilidad política a causa de protestas y movilizaciones que ganan la calle y acorralan a los gobiernos. Más allá de las diferencias entre los países latinoamericanos y europeos, ¿advierte algún rasgo común?
Hay una particularidad en América Latina, y es la naturaleza de sus economías: son economías que descansan en una renta agrícola o de materias primas, es decir, la acumulación de la riqueza no es la misma que la de un mundo regido por la innovación tecnológica. Esta es una diferencia, pero hay puntos en común. En particular, una crisis de las instituciones democráticas y del vínculo social. Por eso, desde un punto de vista intelectual, hemos entrado en una nueva etapa. Hoy se puede llevar a cabo una comparación entre cómo se estructuran las desigualdades en países que descansan en el extractivismo y la exportación de materias primas y la fábrica de desigualdades en un mundo regido por la tecnología avanzada. También pienso que se puede aprender mucho de la historia de los populismos latinoamericanos.
Lo que tenemos es un problema de implosión. La amenaza no es la revolución, sino la desintegración, que produce unos efectos sociales, económicos y psicológicos terribles
¿Qué lecciones se pueden extraer?
Lo que más me interesó desde el punto de vista teórico fue la construcción intelectual del populismo implementado por Jorge Eliécer Gaitán y después por Juan Domingo Perón, por supuesto. Miro de cerca todas las circulares firmadas por Perón, no solo las leyes, para ver la representación de la acción pública y del bien público que aparecía en esos documentos. Hubo muchos libros, entre otros el de Gino Germani y Torcuato Di Tella, pero nunca hubo un libro muy contundente sobre el populismo en América Latina, porque era muy difícil de aprehender y a muchos intelectuales los sedujo la tentación de decir que era una forma de fascismo, que era una política demagógica. Nunca entendieron que, al contrario, formaba un corpus teórico real.
¿Considera al populismo un subproducto de la democracia?
El populismo es producto de las incertidumbres de la democracia, porque la política tiene una relación muy compleja con la personificación de la política y la impersonalidad de la política. La democracia siempre osciló entre esos dos polos. Lo que es interesante es resituar el problema de la democracia. La democracia es dar el poder al pueblo, pero ¿qué es el pueblo? ¿La mayoría en las elecciones? ¿Los ciudadanos más activos? ¿Dónde está la soberanía? ¿Es permanente o es interina, con las elecciones?
Es la distinción entre democracia política y democracia social…
Entonces habría que definir cuáles son las desigualdades legítimas y cuáles no. Hubo debates y conflictos permanentes sobre la definición de la legitimidad de la desigualdad. Ningún régimen defendió jamás la teoría de una igualdad absoluta. Siempre hay variaciones individuales, pero no hay ninguna teoría; es un objeto de discusión permanente. La democracia es un régimen que siempre se cuestiona y se pregunta acerca de su definición. Hay una idea principalmente crítica dentro de la democracia.
Usted se dedicó a analizar y auscultar el estado de salud de la democracia, sus desafíos y transformaciones. ¿Considera que hoy corre riesgo de muerte?
La democracia clásica en Grecia desapareció y dejó lugar al período helenístico; fue reemplazada por regímenes que hoy en día calificaríamos de dictaduras. En Roma, la república se transformó en imperio. Europa es un buen ejemplo porque se conocieron varios episodios de dictaduras totalitarias. Se puede decir que Europa fue el lugar de la invención de la democracia, pero también de su enorme regresión. Entonces, sí, la historia sí puede conocer regresiones democráticas.
ASTRID PIKIELNY
LA NACIÓN (Argentina) – GDA