Alemania, cien años después, tropieza con la misma piedra

El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Las pruebas abundan, y sin embargo el error se repite, a veces con consecuencias catastróficas. Está pasando hoy en Alemania, donde la ceguera y la ambición de algunos políticos, unidas a los peores instintos de una población disgustada con su suerte, están llevando al país a repetir la historia de hace un siglo, que condujo a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.
Apenas tres meses después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, en febrero de 1919 se instaló en la pequeña ciudad de Weimar una asamblea constituyente de 423 miembros elegidos popularmente que tras cinco meses de deliberaciones adoptó la primera Constitución democrática en la historia alemana.
Así nació la República de Weimar y se formalizó la extinción del Imperio alemán. La Constitución instauró un régimen parlamentario y un poder ejecutivo dividido en las figuras de un presidente y un primer ministro con el nombre de canciller.
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Además, consagró el sufragio universal con inclusión de las mujeres, la tolerancia religiosa y la libertad de expresión, principios que en esos tiempos eran considerados revolucionarios.
Pero esta historia maravillosa no duró mucho.
La nueva República nació en medio de una guerra civil en la que socialistas, comunistas, nacionalistas y conservadores se enfrentaban en las calles de Berlín, razón por la cual la constituyente no se reunió allí, sino en Weimar.
A ella le correspondió hacerse cargo de las consecuencias de la derrota en la guerra y la caída del Imperio, que significaron grandes cesiones territoriales, cargas materiales en forma de reparaciones, pérdida de las colonias y restricciones militares, así como la prohibición de unificarse con Austria.
Por otro lado, la Constitución no estableció un umbral para ingresar al Parlamento, lo cual facilitó la proliferación de pequeños partidos y dificultó la creación de mayorías en el Reichstag.
Esta situación fue aprovechada por el nazismo, que avivó el resentimiento de los alemanes y creció como espuma hasta convertirse en el partido más votado en las elecciones de 1932.
Dueño del 37 por ciento del Parlamento, Hitler llegó a un acuerdo con los conservadores del presidente Paul von Hindenburg, quien acababa de ser reelegido, para compartir el poder con él. En desarrollo del pacto fue nombrado canciller. Y un año más tarde, al fallecer Von Hindenburg, declaró vacante el cargo de presidente, se nombró a sí mismo jefe del Estado y puso fin a la República de Weimar.
Historia repetida
La historia de hace cien años está comenzando a repetirse. El rechazo a los inmigrantes y el descontento con la situación económica desfavorable, especialmente en los estados que formaban la antigua Alemania comunista, han despertado sentimientos xenófobos y estimulado a los partidos y movimientos nacionalistas y populistas, sobre todo de derecha.
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Algunos, como el neonazi Partido Nacional Democrático Alemán (NPD), no ocultan sus simpatías por el nazismo. El principal, Alternativa para Alemania (AfD, por su nombre en alemán), niega su carácter nazi pero promulga una ideología de extrema derecha, reniega de la Unión Europea, rechaza a los inmigrantes y ha hecho declaraciones abiertamente racistas.
Aunque en un principio no parecía representar una amenaza para los grandes partidos, como la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por su nombre en alemán) de Angela Merkel, el Partido Socialdemócrata o el Partido Verde, desde su nacimiento en 2013 la AfD ha registrado un crecimiento sostenido y logrado éxitos electorales cada vez mayores. En las elecciones federales de 2013 no pudo entrar al Bundestag (Parlamento Federal) porque solo obtuvo el 4,7 por ciento de los votos, inferior al 5 por ciento requerido por la ley.
Tampoco ganó curules en el Parlamento Regional de Hesse, donde apenas consiguió el 4,1 % de los votos. Pero en mayo de 2014 recibió el 7 % de los votos para el Parlamento Europeo y eligió siete eurodiputados, tras lo cual ha ganado una participación creciente en los cuerpos legislativos.
En agosto de 2014, la AfD logró entrar al Parlamento Regional Sajón con el 9,7 % de los votos, al Parlamento Regional Turingio con el 10,6 % y al Parlamento Regional de Brandeburgo, el estado que rodea a Berlín, con el 12,2 %.
En febrero de 2015 entró al de Hamburgo y al órgano legislativo de Bremen. Entre 2016 y 2017 consiguió lo mismo en los parlamentos regionales de Baden-Wur-temberg, Renania-Palatinado, Sajonia-Anhalt, Mek-lemburgo-Pomerania Occidental, Berlín, el Sarre, Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia. Pero su principal triunfo fue el conquistado en las elecciones federales de 2017, en las que obtuvo el 12,6 por ciento de los votos y entró por primera vez al Bundestag, con 94 parlamentarios.
El terremoto de Turingia
A esta victoria siguieron nuevos éxitos en Baja Sajonia, Baviera, Hesse, Brandeburgo, Sajonia y Turingia, en la mayoría de los cuales obtuvo el segundo puesto. El resultado de Turingia, en octubre de 2019, fue el que causó un terremoto en el Gobierno y en la CDU, el partido de Merkel y el primero de Alemania.
Todo comenzó por un pacto non sancto entre los políticos de Turingia para la elección del gobernador del estado, que no se efectúa por voto popular sino por decisión del Parlamento Regional.
Con el fin de impedir la reelección del gobernador Bodo Ramelov, del partido La Izquierda, los parlamentarios de la CDU y del Partido Democrático Libre (FDP) acordaron unir sus votos a los de la AfD para elegir al liberal Thomas Kemmerich. Así consiguieron derrotar a Ramelov por un solo voto (45 a 44).
Fue una victoria pírrica, según se comprobaría después, pues obligó a Merkel a intervenir para que se revirtiera la elección, forzó a Kemmerich a dimitir y llevó a la CDU de Turingia a echar marcha atrás y permitir la reelección de Ramelov.
Pero el episodio tuvo un alto costo político para el Gobierno, pues precipitó la decisión de Annegret-Kramp Karrenbauer, presidenta de la CDU, de renunciar al cargo y también a la aspiración de suceder a Merkel en la cancillería cuando termine su mandato en 2021, lo cual se daba por hecho y garantizaba la continuidad de los programas del Gobierno.
Turingia se convirtió en un gran dolor de cabeza para Merkel desde cuando la CDU fue desplazada al tercer lugar en las elecciones de octubre pasado, detrás de La Izquierda, que ocupó el primer lugar, seguida de la AfD. Pero nadie esperaba que los dirigentes de la CDU en Turingia, al ponerse de acuerdo con la AfD, rompieran el “cordón sanitario” que los partidos democráticos habían acordado tender para aislar y frenar a los ultraderechistas.
¿Misión imposible?
Por el momento, Merkel parece haber logrado controlar el incendio en Turingia. Pero el freno al ascenso de la AfD parece una misión imposible por el terreno que ha ganado el racismo, expresado en ataques como el perpetrado el 19 de febrero en dos bares de Hanau por el extremista Tobias Rat-hjen, quien dio muerte a once personas, en su mayoría de origen kurdo, y después fue hallado muerto en su vivienda junto con el cadáver de su madre.
Estas expresiones de xenofobia son estimuladas por el lenguaje incendiario de personajes como Bjorn Hocke, el jefe de la AfD en Turingia, quien prefiere ser considerado la cabeza de una facción del mismo partido bautizada como la Flugel (Ala).
Esta es una agrupación tan peligrosa que los servicios de inteligencia alemanes la consideran sospechosa y la Conferencia de Ministros del Interior, el principal organismo federal que se ocupa de los temas de seguridad, está contemplando la decisión de declararla inconstitucional.
A Hocke no parece preocuparle esa posibilidad, y por el momento disfruta del caos que precipitó en los grandes partidos con el acuerdo que propició la elección de Kammerich en la gobernación de Turingia, así esta haya resultado fallida.
Por unas horas, con ese acuerdo derrotó al gobierno regional que llamaba despectivamente el “rojo-rojo-verde”, aludiendo a los tres partidos que compartían el poder allí: La Izquierda, los socialdemócratas y los ‘verdes’.
El que la CDU de Turingia se haya mostrado proclive a un acuerdo con la extrema derecha es una señal preocupante, pues refleja la tendencia de los políticos regionales de apartarse de la política de Merkel, sobre todo en el tema de la inmigración, y así recuperar los votos que les han venido arrebatando los extremistas de derecha.
Es una situación que puede compararse con la de 1930, cuando el partido nazi comenzó a ganar fuerza, precisamente en Turingia, y los partidos conservadores moderados hicieron pactos con él. Los conservadores se equivocaron al pensar que podían usar a Hitler para mantenerse en el poder. Después, Alemania y el mundo pagaron el precio de esa equivocación.
LEOPOLDO VILLAR BORDA