Lecciones que dejó la cuarentena de dos semanas de un crucero en Japón

En internet todavía se le describe como “un tesoro de delicias excepcionales esperando a ser descubiertas”. No obstante, para los cerca de 3.700 pasajeros que abordaron a mediados de enero el crucero Diamond Princess en Japón, la experiencia acabó siendo memorable, pero en el sentido negativo.

Y es que después de que el primero de febrero el personal de la nave recibiera la alerta de que un huésped que desembarcó en Hong Kong estaba infectado con coronavirus, comenzó un verdadero viacrucis que solo terminaría semanas después en el puerto de Yokohama.

Las órdenes y contraórdenes se sucedieron a lo largo de días, mientras la máquina navegaba sin rumbo definido y la angustia a bordo no hacía más que aumentar.
El confinamiento obligatorio en las habitaciones se volvió una pesadilla para aquellos que habían pagado una importante suma de dinero, esperando disfrutar del sol y el entretenimiento.

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Fue peor para las 712 personas que en las pruebas realizadas dieron positivo por covid-19, incluyendo a un colombiano.

Hasta la fecha, de las personas presentes en ese crucero, once han fallecido. Con el paso de los días, los demás enfermos han sido dados de alta, y aunque los afectados que sobrevivieron quisieran olvidar la experiencia, para los científicos lo sucedido provee una información clave.

La razón es que el Diamond Princess es el único ejemplo de un grupo de personas expuesto al contagio que acabó siendo objeto de pruebas y sobre el cual es posible establecer una tasa de mortalidad cierta. En el resto de las ocasiones se cuenta con datos insuficientes.

Así las cosas, lo primero que queda claro es que no necesariamente todos los sujetos potenciales se contagiaron. Teóricamente, los test de los pasajeros y de la tripulación habrían arrojado resultado positivo, así solamente un portador del virus hubiera iniciado la espiral.

En segundo término, los conocedores detectaron que el 18 por ciento de los casos entran dentro de la categoría de asintomáticos. Puesto de otra manera, más de un centenar de los que estaban embarcados no se sintieron enfermos en ningún momento.

Semejante comprobación es, a la vez, mala y buena. De un lado, confirma que no basta con aislar a aquellos que sufren de tos seca o fiebre, pues alguien que se vea normal puede estar distribuyendo el covid-19 entre los demás.

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Del otro, se abre la posibilidad de que mucha más gente haya tenido el mal y sea inmune, con lo cual los escenarios de multiplicación que existen podrían estar sobreestimando el número de enfermos.

El doctor Benjamin Cowling le dijo a The New York Times que no es descabellado trabajar con un estimado del 40 por ciento de personas sin síntomas de la enfermedad.
A su vez, John Ioannidis escribió en Statnews que las estadísticas provenientes del navío deberían interpretarse en sociedades más grandes. Para comenzar, una tasa de defunciones apenas superior al uno por ciento parece superar con creces la de la gripa común (0,1 por ciento) y validar las medidas draconianas adoptadas a lo largo y ancho del planeta.

Sin embargo, el analista subraya que en lo que atañe al Diamond Princess sus ocupantes eran primordialmente adultos mayores. Bajo esa óptica, la mortalidad estaría más cerca del 0,5 por ciento en una población cuya pirámide de edad se asemeje a la de Estados Unidos, anotando que al coronavirus se le achacan decesos de personas cuya vulnerabilidad era muy elevada.

Las cifras que se manejan

Y si bien es verdad que estas cuentas merecen ser sujetas a un escrutinio mayor, aparecen más voces que ponen en cuestión los escenarios más apocalípticos. Sin ir más lejos, un documento del Imperial College afirmó a inicios de marzo que los fallecimientos en Estados Unidos llegarían a 2,5 millones de personas. Ahora la Casa Blanca habla de 240.000, tras las medidas de contención, que no es una cantidad menor, pero sí muy inferior al pronóstico referido.

Otros acuden a cuentas más descarnadas. Las muertes anuales en el mundo suman unos 53 millones, por todo tipo de causas. El promedio diario, que es de 145.205 individuos, todavía supera la cifra de más de 46.000 víctimas atribuibles al coronavirus (publicada el miércoles). En otras palabras, el saldo de la pandemia equivale, a la fecha, a menos de ocho horas de decesos en el ámbito global.

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Lo anterior no quiere decir que haya que minimizar los riesgos actuales.
Es incuestionable que si la humanidad se hubiera cruzado de brazos, el número de siniestros sería mucho más elevado.

Gracias a las estrategias de contención ensayadas, las curvas de los casos más inquietantes –como España o Italia– comienzan a aplanarse.

No obstante, la evidencia del barco que en algún momento no podía atracar en ningún puerto, merece ser estudiada. Solo mayores certezas permitirán establecer cuál es el balance adecuado de riesgos a la hora de combatir un enemigo contra el que ahora luchan la gran mayoría de los países de la Tierra.

Obtener respuestas concretas es fundamental, sobre todo ante la amenaza de una crisis económica descomunal que generaría más de 25 millones de desempleados, según la Organización Internacional del Trabajo.

El alza prevista en los índices de miseria puede acabar llevando a la conclusión de que este terminará siendo el saldo más trágico que deje el covid-19.

RICARDO ÁVILA PINTO

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