El mensaje real de ‘A Charlie Brown Christmas’, un clásico de Navidad estrenado en 1965
“A Charlie Brown Christmas”, basado en la tira cómica Peanuts de Charles Schulz, fue una maravilla única en su clase cuando se estrenó en televisión en 1965, y lo sigue siendo casi 60 años después.
A diferencia de otros especiales navideños que la televisión arroja por la chimenea cada año, este es melancólico y meditativo. La animación es minimalista y tenue, llena de grises y copos de nieve flotando. Podría envolverme en el soundtrack de jazz de Vince Guaraldi como si fuera una colcha.
Y luego está el discurso.
Tras un intento desastroso por dirigir una obra escolar y la adopción de un anémico pinito navideño, Charlie Brown se desespera por el burdo materialismo de las fiestas y suplica que alguien le diga “de qué se trata la Navidad”.
Su amigo Linus se ofrece como voluntario: se para en un escenario bajo un reflector y, mientras la música se queda en silencio, recita un pasaje del Evangelio de Lucas en el que un grupo de ángeles proclama la venida de Cristo el Señor.
He conocido personas para quienes el discurso es un factor disuasor. Para ellos es demasiado cristianismo predicado de manera muy directa. (Esto tampoco se debe a que “eran tiempos diferentes”; en 1965, los productores estaban convencidos de que poner la Biblia en televisión sería un desastre).
Algunos oponentes son no creyentes, otros son cristianos, pero no devotos. Algunos, como yo, son judíos.
Personalmente, no creo que la encarnación física de Dios haya nacido en un establo de Belén, anunciado por un coro de huestes celestiales, así como tampoco creo en Santa Clos.
Sin embargo, este año, justo a tiempo para Janucá, vi “A Charlie Brown Christmas”, uno de mis programas favoritos jamás realizados —en parte por lo sincero que es respecto a ser cristiano. Y en parte porque tiene un espíritu más judío de lo que se pudiera creer.
Mi madre era una inmigrante judía de Marruecos. Mi padre era un católico estadounidense —no muy religioso, pero me llevaba a la iglesia con él. Para mi madre, era importante que sus hijos encajaran en nuestra ciudad intensamente cristiana del Medio Oeste de EE. UU., no muy distinta a la ciudad de “A Charlie Brown Christmas”. En Navidad teníamos un pino y una pequeña figura de Santa Clos.
Nunca me sentí relegado de la Navidad ni, como lector de las colecciones Peanuts de Schulz, de “A Charlie Brown Christmas”.
A medida que crecía, dejé de ir a la iglesia. Me identifiqué étnica y culturalmente como judío, aún más cuando me mudé a Nueva York, el mejor lugar del mundo para ser un judío secular no practicante, y me casé con una integrante de una familia judía.
Sin embargo, nunca renuncié a “A Charlie Brown Christmas”.
A pesar de todas las travesuras y payasadas de Snoopy, “A Charlie Brown Christmas” es lo más cercano que la televisión puede estar de la poesía. Si Irving Berlin y otros grandes músicos judíos pudieron componer algunas de las canciones navideñas favoritas de Estados Unidos, seguramente puedo pasar por alto algunos versículos del Nuevo Testamento.
No obstante, sinceramente aprecio más el especial de Peanuts por cómo trata directamente con el cristianismo. Es sincero y radicalmente serio, sin ningún interés en convertir a nadie.
Pero hay más. Entre más edad tengo, más me pregunto si los personajes realmente me parecen ser un poco de judíos.
A pesar de sus citas del Evangelio, Linus, mi personaje favorito, tiene muchos atributos del arquetipo del amigo judío inteligente, como Ross Geller de “Friends”.
Analiza y sobreanaliza, hablando con Charlie Brown a través de sus depresiones y confusión existencial. Atiende sus ansiedades y neurosis, llevando su manta de seguridad como un emblema de fuerza (capaz de lanzar una bola de nieve como la honda de David). Cada Halloween, renuncia a la celebración de la comunidad que lo rodea y espera un mesías.
Si no es un sustituto judío, Linus al menos se comporta como un amigo cristiano inteligente y filosemita que conoce las Escrituras mejor que uno.
Y en tema y espíritu, el especial de Peanuts no es una estridente fiesta navideña. Es una historia sobre la ambivalencia (ese gran valor judío). También se trata de algo con lo que muchos niños judíos pueden sentirse identificados: la alienación de la mismísima festividad navideña que “A Charlie Brown Christmas” celebra.
Charlie Brown no logra meterse en el espíritu navideño. Su buzón vacío, sin recibir ni una tarjeta, es un recordatorio de que no pertenece. Está rodeado de un estridente espectáculo comercial que lo deja vacío y deprimido. Todo, hasta el árbol de aluminio rosa que sus amigos lo exhortan a comprar, se siente frío y falso.
Con el tiempo, resuelve su problema, no al integrarse a la celebración que lo rodea, sino siguiendo su propio camino, encontrando el pino de Navidad, de aspecto más enfermizo del mundo en su determinación por celebrar sus propios valores.
Solo entonces sus amigos acuden a él y ven la belleza de su pinito miserable y su terquedad perenne.
El programa termina en una nota de unidad. Pero también dice que no tiene nada de malo estar separados, cuestionar y saltarse la fiesta. Al igual que la propia tira cómica de Peanuts, se siente a gusto con la incertidumbre, con hacer preguntas que no tienen respuesta.
Si estoy loco por ver Peanuts de esta manera, al menos no soy el único. Abraham J. Twerski, un rabino y psiquiatra ortodoxo, se hizo amigo de Schulz al final de la vida del dibujante y escribió una serie de libros que utilizaban sus historietas para explorar cuestiones de autoestima y cómo afrontar la tragedia.
Robert Smigel, ex guionista y actor de “Saturday Night Live”, supuestamente llamó alguna vez al especial de “A Charlie Brown Christmas” la mejor media hora de la televisión estadounidense jamás realizada, y agregó: “y saben, no bromeo cuando digo eso, porque soy judío”.
No todos los judíos —ni ateos, ni musulmanes, ni otros— estarán de acuerdo. Al igual que Linus, solo puedo hablar por mí mismo: me siento más cómodo con los diminutos teólogos de Peanuts que en la compañía no sectaria de Rodolfo, el reno de la nariz roja, y el personaje de Heat Miser. Feliz Navidad, Charlie Brown. Y l’jaim.
JAMES PONIEWOZIK. INTELIGENCIA
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The New York Times Company