Bolsonaro cumple 100 días sin base, proyecto incierto y apoyo menguado
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cumple este miércoles 100 días al frente de un Gobierno que todavía intenta construir una base parlamentaria, cuyo proyecto aún no está totalmente definido y con una popularidad que cae a paso redoblado.
El ultraderechista capitán de la reserva del Ejército se impuso en las elecciones de 2018 con un duro discurso contra la política tradicional que ahora le pasa factura en un Congreso atomizado, en el que la falta de una coalición sólida dificulta el trámite de las más importantes propuestas del Gobierno.
Entre ellas, una polémica reforma que endurecerá el acceso a las jubilaciones y de la que depende la confianza del mercado financiero en Bolsonaro, cuyo Gobierno tiene ese proyecto y las privatizaciones como únicos planes para recuperar una economía que entre 2015 y 2016 cayó un 7 % y desde entonces sólo crece a un insuficiente 1 % anual.
Mientras esa reforma no avanza, la tasa de desempleo sigue en torno al 13 % y el Gobierno carece de políticas claras para recuperar los empleos que no tienen unos 13 millones de brasileños, incluidos en una legión de pobres calculada por el Banco Mundial en cerca de 50 millones de personas.
Aunque la oposición de izquierdas es casi testimonial en un Parlamento dominado por el centro y la derecha, que sintonizan en buena medida con la línea ideológica de
Bolsonaro, los partidos exigen mayor participación en un Gobierno de claro tinte militar.
Ocho de los 22 ministros proceden de las Fuerzas Armadas, pero además hay decenas de militares en altos cargos que en el llamado «presidencialismo de coalición», que funcionó en Brasil hasta ahora, eran distribuidos entre diversos partidos a fin de asegurar una base parlamentaria que Bolsonaro aún no tiene.
Junto a los militares, están en el Gobierno otras variopintas tendencias del arco de derechas que no terminan de conversar entre sí y cuya falta de armonía parece dejar en evidencia la ausencia de un proyecto único y genera tensiones en el propio oficialismo.
Ejemplo de ello es la intención de Bolsonaro de mudar la embajada del país en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, un movimiento de corte netamente ideológico y religioso apoyado por el ala evangelista del Gobierno pero resistido por el poderoso sector agropecuario, que lo percibe como una amenaza para sus negocios con el mundo árabe.
Aunque Bolsonaro insiste en que su Gobierno no está guiado por ideologías, es claro su alineamiento con el Estados Unidos de Donald Trump, que escogió como primer destino para una visita oficial.
Luego estuvo en Chile, para la constitución de un nuevo mecanismo de integración suramericana de tendencia conservadora, y en Israel, con lo que configuró el vuelco de una política exterior que se aleja del eje «sur-sur» y relega al Mercosur, a China y a la Unión Europea (UE), todos tradicionales e importantes socios del país.
Las discordias en el oficialismo por los asuntos más estrictos de la política han llevado a Bolsonaro a destituir a dos de sus ministros civiles en sus primeros
100 días: el de la Secretaría General de la Presidencia, Gustavo Bebianno, y el responsable de Educación, el colombiano nacionalizado brasileño Ricardo Vélez Rodríguez.
Pero el propio mandatario también ha alimentado polémicas con su febril actividad en las redes sociales, usualmente secundado por tres de sus hijos: el senador Flavio, el diputado Eduardo y el concejal Carlos Bolsonaro.
El malestar causado por controversias nacidas en las redes ha sido considerado «innecesario» por aliados de Bolsonaro y uno de ellos, el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, llegó a declarar que el gobernante debe «salir del Twitter e ir a la vida real», pues su Gobierno parece un «desierto de ideas».
Muchas de esas polémicas en internet han estado relacionadas con la prensa y los periodistas, blancos de continuas descalificaciones por parte de Bolsonaro, que ha optado por mantener una «comunicación directa» con sus seguidores a través de las redes.
Sin embargo, su estrategia mediática no parece estar funcionando, al menos a tenor de las encuestas, que revelan una creciente pérdida de apoyo a Bolsonaro, quien hace cinco meses ganó las elecciones con un 55 % de los votos.
Amenaza a la Amazonia
Bolsonaro expresó el lunes en una entrevista a la radio Jovem Pam su deseo de «explotar» la Amazonía brasileña junto a Estados Unidos y su intención de «revisar» la demarcación de reservas indígenas en el país suramericano.
Bolsonaro volvió a criticar la «industria de las demarcaciones» de tierras indígenas en Brasil y defendió que los indios y los descendientes de esclavos puedan «vender o explotar» sus tierras como «consideren mejor». «Las demarcaciones de tierra que pueda revisar, las voy a revisar», aseguró el mandatario, quien puso en tela de juicio algunas de los informes que permitieron la delimitación de reservas indígenas en Brasil.
Una de las primeras medidas de Bolsonaro como presidente de Brasil fue transferir del Ministerio de Justicia al de Agricultura, que defiende los intereses de los grandes propietarios rurales, la responsabilidad de delimitar las reservas indígenas.
La medida fue duramente criticada por organizaciones no gubernamentales, a las que el mandatario ha acusado de «explotar y manipular» a los indios, y por la Fiscalía general de Brasil, que considera inconstitucional la política indigenista defendida por el nuevo Gobierno.
El jefe de Estado consideró que hay una «política equivocada sobre la Amazonia» y reiteró que la «industria de las demarcaciones» de tierras indígenas iniciada en 1992, durante el Gobierno del presidente Fernando Collor de Mello, impide el desarrollo de esa región. «El 70 % de los indios tiene nuestra cultura y quieren el desarrollo de la tierra», agregó.
Durante la entrevista mencionó la riqueza mineral del estado de Roraima, fronterizo con Guyana y Venezuela, y contó que, en su visita a Estados Unidos, le trasladó al presidente Donald Trump su deseo de explotar la región amazónica de forma conjunta. Reiteró también su intención de preservar el medioambiente en Brasil, pero no «de la forma chiíta», como se ha hecho hasta el momento, dijo.
Greenpeace señala
La organización Greenpeace dijo este martes que los temas ambientales en Brasil sufrieron un «retroceso» durante los cien primeros días de Gobierno de Jair
Bolsonaro, con una agenda que promovió la deforestación, atacó a los pueblos indígenas y que amenaza el futuro de la Amazonía.
De acuerdo con la ONG, durante los primeros tres meses, el Gobierno del ultraderechista «se empeñó solo en una agenda antiambiental» y adoptó medidas que ponen en riesgo a la Amazonía y que pueden fomentar la violencia en la región. «Los criminales que destruyen el bosque y roban nuestras riquezas, los vendedores de agrotóxicos que contaminan nuestra comida y los que quieren tomar las tierras de las poblaciones indígenas son los únicos que tienen algo que celebrar», señaló Marcio Astrini, coordinador de Políticas Públicas de Greenpeace, citado en un comunicado.
Según Greenpeace, desde que asumió como presidente de Brasil, el mandatario no ha tomado ninguna medida para combatir la deforestación en la Amazonía y «destruyó» la cartera de Medio Ambiente, al poner al mando a Ricardo Salles, condenado por la Justicia por irregularidades en un plan ambiental, que al parecer favoreció a empresas mineras, cuando tenía un cargo público regional.
La ONG acusó a Bolsonaro de iniciar un «ataque sin precedentes a los pueblos indígenas» al trasladar al Ministerio de Agricultura la responsabilidad por la demarcación de tierras, una gestión que antes estaba bajo la coordinación de la cartera de Justicia. Para la organización, la decisión del ultraderechista de revisar «todas las demarcaciones que pueda» y «abrir tierras indígenas para explotación agropecuaria y minería», «estimularán» más invasiones y violencia en el campo.