Stonewall: qué ha pasado con el corazón de la revolución LGBTIQ
Cuando Cindy Lauper salió del globo terráqueo en luces de neón cantando True Colors, el pasado miércoles en el Barclays Center, de Brooklyn, se dio comienzo oficial a la conmemoración de los 50 años de los disturbios protagonizados por los clientes de Stonewall Inn, un bar gay en el centro de Greenwich Village, en Manhattan, que por entonces era un fuerte enclave de una comunidad que vivía de forma clandestina sus preferencias sexuales.
Solo para recordar, hace cinco décadas, en ese pequeño bar de tipo irlandés, que era propiedad de la mafia neoyorquina y donde se reunían todos los que vivían sus preferencias de forma clandestina, los que amaban y sentían diferente respondieron a las agresiones de un grupo de policías y con su resistencia marcaron el inicio de la lucha frontal por los derechos civiles de su comunidad, no solo en Estados Unidos sino en el mundo entero.
Allí mismo, seis millones de visitantes han llegado estas últimas semanas de junio a Nueva York, según datos de la administración municipal. La Gran Manzana está adornada con banderas de arco iris y los paraderos y estaciones de metro exhiben fotos de los activistas que lucharon por la obtención de derechos que hoy parecen naturales para los más jóvenes.
El viernes 28 de junio, fecha exacta de las bodas de oro, en Christopher Park, frente al emblemático local que en 2016 fue declarado Monumento Nacional por el entonces presidente Barack Obama, se realizaron conciertos. Hasta se decía que Over the Rainbow –tema que interpretó Judy Garland en El Mago de Oz- sería cantada por Lady Gaga, uno de los íconos de los LGBTIQ que durante todo el año asisten a marchas con más tinte político, a discursos reivindicativos y a fiestas temáticas para enmarcar lo que en estos años se vive como la fiesta del Orgullo Gay.
Barack Obama nombró al Stonewall Inn monumento nacional en 2016.
«Creo que nuestros parques nacionales deben reflejar la historia completa de nuestro país,
la riqueza y la diversidad y el espíritu únicamente estadounidense que siempre nos ha definido». pic.twitter.com/ZtICIbe415— RelatandoHistoria (@relatandohisto1) 28 de junio de 2019
“Este tipo de redadas no era nuevo –dijo el mandatario-, pero esa vez los clientes ya habían tenido suficiente; así que se levantaron y hablaron. Los disturbios se convirtieron en protestas, las protestas se volvieron un movimiento y el movimiento finalmente se convirtió en una parte integral de Estados Unidos”.
Además de que los ánimos se exaltaron por la redada policial, Leonardo Rendón, un colombiano que lleva varios años viviendo en Manhattan, contó que la muerte de Garland, el 22 de junio del mismo año, tenía a los LGBTIQ sumidos en una profunda tristeza, pues la actriz era símbolo de todas las penurias, las rarezas, la marginalidad, con la que ellos se identificaban.
Por eso mismo, como un código secreto y para saber si alguien tenía afinidad, se preguntaban si eran ‘Amigos de Dorothy’, el personaje que la elevó al estatus de estrella. Así que cuando irrumpieron los oficiales en la madrugada, los clientes se resistieron.
Los disturbios se convirtieron en protestas, las protestas se volvieron un movimiento y el movimiento finalmente se convirtió en una parte integral de Estados Unidos
Hoy se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBT. Este día se debe a los Disturbios de Stonewall de 1969, uno de los pocos bares de Nueva York que acogía al colectivo sin temor a la policía, el Stonewall era de la mafía y la orientación sexual del cliente le daba igual 👇Hilo pic.twitter.com/92nbPr2WJX
— RelatandoHistoria (@relatandohisto1) 28 de junio de 2019
Claro que la conmemoración del Pride comenzó como sin querer el 31 de diciembre pasado, cuando a medianoche se apareció Madonna en Stonewall e interpretó a capella algunos de sus temas más populares.
Durante este año, varias celebridades se han paseado por el bar, como Katy Perry y Bette Midler, en un acto que los más perspicaces no solo asocian con un apoyo irrestricto a la causa sino también como una manera de congraciarse con un grupo social que mueve millones de dólares en todo el mundo por el mercado del espectáculo y la vida sibarita. Se dice que un siete por ciento de los habitantes del mundo son parte de este grupo que ya no es minoritario, pues se hablaría de unos 800 millones de personas. El llamado mercado rosa, como se le llama a la economía que mueven los LGBTIQ, superaría los mil millones de dólares anuales, solo en Estados Unidos.
Artistas como Barbra Streisand, Liza Minelli, Cher, Boy George, Gaga, Elton John, Miguel Bosé, Mecano, Abba, Gloria Trevi, Yuri, Alejandra Guzmán y una lista interminable parecen haber entendido esa parte del negocio, por eso transitan con total tranquilidad y consienten a ese amplio segmento de seguidores.
El sábado, en el Javits Center, Midler dio un concierto, mientras Ariana Grande, Chaka Khan y las estrellas transexuales del seriado de moda, Pose, también hicieron su espectáculo.
El domingo 30 de junio, con dos marchas especiales, una más incendiaria y otra más festiva, las calles de Manhattan protagonizarán la celebración del Pride, que además marca el tono de otras conmemoraciones a lo largo del mundo. Esa misma tarde, en uno de los embarcaderos, la ´Chica Material´ dará un concierto para el que se vendieron las entradas desde hace varios meses, en uno de los teatros de Broadway presentarán apartes de sus shows las estrellas de los musicales para recoger fondos y ayudar a las víctimas del VIH, y en todos los bares de Chelsea, Hell’s Kitchen y el sector latino de Roosevelt Avenue, los gays, lesbianas, transgénero, intersexuales y simpatizantes de esta comunidad podrán festejar sin necesidad de esconderse, pues la historia es bien distinta a la que vivieron sus semejantes en 1969.
Según el legendario agente literario Mitch Douglas, que entre sus representados tuvo al dramaturgo Tennessee Williams, Arthur Miller y Graham Green, se vivía en general con miedo pues las represalias por revelar la homosexualidad o caer en la maledicencia iban desde tener que asistir a controles médico sanguíneos frecuentemente para comprobar que no estaban contagiados con ninguna enfermedad venérea o no poder prestar servicio militar. No ser heterosexual era soportar un dedo apuntado a la frente y ser señalado de propagar todo tipo de infecciones.
En otros casos, cualquier sospecha era motivo velado y suficiente para ser expulsado de un trabajo o no ser considerado apto para un contrato, las familias los exiliaban o los sacaban de los testamentos y les negaban cualquier tipo de apoyo económico: “Te podían meter preso o enviarte a instituciones siquiátricas”.
Y aunque por esos tiempos Douglas, hoy de 75 años, era actor de musicales y teatro, donde el ambiente era más liberal, en su lejano Lexington (Kentucky) la situación era más extrema que en Nueva York.
Allí, el único sitio de encuentro era The Living Room, que, dice él, era copropiedad del galán y macho alfa del cine Rock Hudson, que años después, en 1985 y mientras protagonizaba la archifamosa producción Dinastía (junto a Joan Collins y Linda Evans), se convirtió en la víctima más célebre del sida, dejando al descubierto una homosexualidad que era un secreto a voces entre sus colegas. Su muerte sirvió para democratizar la idea de que el sida podía tocar a cualquiera, y fue uno de los detonantes para que las políticas del gobierno conservador de Ronald Reagan se flexibilizaran –solo habló pública y oficialmente de la enfermedad dos años después- y se destinaran recursos a la investigación de la epidemia. “Todos entrábamos al bar por la puerta de atrás, para que no nos vieran”, añade el agente literario.
En Nueva York, había diversos establecimientos, pero según Wallace Sanders, un negro grande que se había mudado a Manhattan en 1968 después de prestar servicio militar, el más seguro para divertirse era Stonewall. Wally, como lo conocen, fue llevado por su amigo Terry: “Era un local con dos grandes salones, eran los años en los que la mafia controlaba todo, pagaba a la Policía para que no molestara y ese bar les pertenecía”.
Stonewall gozaba del estatus de paraíso donde todo estaba permitido, un oasis para los marginados. Cuando lo recuerda, al hombre de 76 años se le iluminan los ojos. Fue la primera vez que vio a dos hombre abrazados sin pudor y bailando las canciones de Diana Ross y los Beatles, y mucho más emocionante fue ver que parejas de hombres y mujeres, de trans, no tenían que esconderse para demostrar su afecto.
Hoy, el sitio, que también está en el listado de Monumentos Históricos de Estados Unidos, tiene un nuevo piso con karaoke. Pero su espíritu sigue intacto. Con unas pocas mesas de madera, sobre la barra cuelgan las banderas multicolores de todas las orientaciones sexuales y géneros. Luces de neón con forma de arcoíris iluminan junto a las siete pantallas que exhiben películas restauradas de los años 50 y 60.
En las imágenes de Irma, la dulce, una jovencísima y pelinegra Shirley MacLaine se quita el vestido y queda en ropa interior de encaje verde frente a un torpe y tímido Jack Lemmon. Camisetas conmemorativas se venden entre 25 y 35 dólares.
Un documental, en el que hablan algunos de los que estuvieron esa noche en Stonewall y aún sobreviven, se viene presentando en diversas plataformas.
Cada condado del estado de Nueva York ha realizado ya su desfile, y en el mundo entero, cuando se realicen las marchas y eventos, todos enfocarán su mirada hacia ese pequeño local marcado con el 51 y 53 de la calle Christopher, en Manhattan, frente al que la romería de visitantes no para. Stonewall Inn sigue abierto.
Todos quieren una foto posando delante del ventanal con el nombre en luces rojas o tomarse una cerveza por siete dólares dentro del bar, para sentirse parte de la historia de lucha por los derechos civiles de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales y queers que se sigue escribiendo.
Durante el día, la entrada es libre y hacia las nueve de la noche, cuando se inicia la programación de shows de Drag Queens o los bailes de strippers, la entrada cuesta cinco dólares.
Para Wallace, los más jóvenes no alcanzan a entender la dimensión de lo que ocurrió ese amanecer de domingo de 1969, algunos ni siquiera saben del estallido de esa epidemia que en los 80 aterrorizó a todos, que se consideró una plaga o una condena hacia los homosexuales y que en su caso se llevó a tantos amigos que fueron víctimas de las enfermedades asociadas al VIH. “Fue después, con la información, que se entendió que no era un castigo por nuestra manera de sentir pues la enfermedad no discrimina”.
Renata Rodríguez es una brasilera de 38 que lleva dos años viviendo en Nueva York, con sus dos hijos de seis y tres años y su esposo.
Ella estuvo antes en Colombia unos años, se residenció en Canadá y después en Suiza. “Quiero que mis hijos crezcan sin prejuicios y con total libertad, con la libertad que tantos lucharon y ganaron. Al fin y al cabo si tu manera de actuar o sentir no hace daño al otro, es infame que se siga considerando a algunos como abominables o engendros. En mi país, que fue durante mucho tiempo uno de los más liberales del continente, con el gobierno actual de Bolsonaro ha vuelto el conservadurismo extremo y tengo amigos que viven con miedo, que quieren abandonar Brasil porque ya se están viendo actos discriminatorios. Yo no quiero eso para mis hijos, no podemos dar pasos atrás. Por eso es tan importante conocer la historia y reconocer a los que lucharon por los derechos”.
DIEGO LEÓN GIRALDO
Especial para EL TIEMPO
Nueva York