América Latina es hoy un territorio convulsionado

La dimisión del presidente de Bolivia, Evo Morales, es el último remezón en América Latina, región que ha visto un incremento de las protestas debido al descontento de la ciudadanía.

La desigualdad, la desaceleración económica, las fisuras de las democracias débiles, la desconfianza en las instituciones, la ausencia de políticas que mejoren la redistribución de ingresos y calidad de vida son algunas de las razones para la convulsión en la región, que en los últimos años también ha sentido con fuerza los efectos de la caída de los precios del petróleo y la guerra comercial de EE. UU. y China.

El primero en sacudir el vecindario fue Perú, donde a finales de septiembre el presidente Martín Vizcarra disolvió el Parlamento, que contaba con mayorías fujimoristas. Vizcarra tomó esa decisión porque los parlamentarios se negaron a reformar el mecanismo con el que se elige a los magistrados del Constitucional, lo que le daba ventaja a la oposición en la ocupación de sillas en esa corte. Así, convocó elecciones para el próximo 26 de enero, medida que ha llevado a sus opositores a marchar en las calles de Lima.

Y a comienzos de octubre, el remezón lo vivió Ecuador cuando el gobierno anunció una reducción en los subsidios al combustible. Las protestas y el estallido popular de los indígenas llevaron a que el presidente Lenín Moreno tuviera que echar para atrás la política que había pactado con el Fondo Monetario Internacional para cubrir el déficit fiscal del país. El fin de los subsidios implicaba un aumento en los precios del combustible, lo que tenía un alto impacto en los ingresos de la población.

Y en Chile, que parecía una de las democracias más estables y tranquilas de América Latina, las fragilidades económicas de la clase media salieron a flote con la decisión del presidente Sebastián Piñera de subir el precio del metro de Santiago, lo que se convirtió en la gota que rebosó la copa.

Aunque Piñera echó para atrás el reajuste en el transporte público, las medidas no han detenido las marchas de las últimas tres semanas. Miles de chilenos siguen protestando, manifestaciones en las que bienes públicos y privados han sido destruidos, y han muerto unas 20 personas y cientos han resultado heridas. Los chilenos se han encontrado en las calles con los militares, situación que, para un país que vivió con fuerza los horrores de la dictadura, es una respuesta dolorosa.

Piden un plebiscito para cambiar la Constitución hecha a imagen y semejanza del fallecido dictador Augusto Pinochet y los sectores conservadores.
Y en Brasil, donde el ultraderechista Jair Bolsonaro ganó las elecciones el año pasado, volvió la convulsión y polarización hace tres días, cuando el Supremo dejó en libertad al expresidente Lula da Silva, preso por corrupción. Mientras sus simpatizantes celebraban, sus opositores protestaban por la medida judicial.

Argentina, cuyas elecciones presidenciales hace dos semanas trajeron al peronismo de regreso con el triunfo de Alberto Fernández, ha vivido este año marchas por la recesión económica y la inflación.

Los temblores no han cesado en Venezuela, donde la oposición sigue saliendo a protestar contra el régimen de Nicolás Maduro.

Colombia tampoco se escapa del descontento social, que este año ha visto en las calles las marchas de estudiantes, maestros, sindicatos y ONG contra el gobierno de Iván Duque, que se prepara para un paro nacional este 21 de noviembre.

REDACCIÓN JUSTICIA

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