Trabajo comunitario ayuda a combatir la xenofobia en Cúcuta

Yelisbeth Guerrero es una venezolana que llegó hace dos años y medio a Colombia. Decidió dejar su lugar de origen debido a la situación económica que atraviesa su país. Cruzó la frontera con el ánimo de buscar oportunidades, dinero y fuerzas para atravesar Latinoamérica y llegar a Chile, pero sus planes cambiaron. Ha permanecido en un asentamiento ubicado en Cúcuta, llamado María Teresa. También ha trabajado vendiendo frutas en la calle e incluso administrando un negocio, entre otros trabajos informales.
Luego de un par de meses sola en la capital nortesantandereana, decidió decirles a sus familiares más cercanos que vinieran con ella. Su mamá, de 64 años; su hija, de 12; su esposo, de 43, y su hermana, de 23, quien tiene un bebé de 9 meses.
“Cada uno trabaja en lo que le salga, mi hermana va algunos días de la semana a limpiar casas (…). Yo, por ejemplo, estoy acostumbrada a trabajar desde que me levanto hasta que me acuesto, pero mucha gente de mi país se acostumbró a que el ‘papá Gobierno’ les regale hasta lo más mínimo y están dañando la imagen de los venezolanos”, comenta.
En los últimos años, millones de venezolanos han emigrado de su país. Más de 1’770.000, según Migración Colombia, han ingresado a Colombia. Uno de los puntos de entrada masivos es Norte de Santander. Se estima que actualmente hay más de 200.000 en el departamento. Sin embargo, muchos de ellos se movilizan a otros sitios de Colombia. Tal y como lo demuestran cifras oficiales de Migración, en Medellín hay 85.000; en Cali, 62.000, en Nariño, 11.700. En Bogotá hay unos 352.000.
La recepción de tantas personas ha creado una especie de brote de xenofobia a lo largo y ancho del país, y con el fin de evitar que el rechazo y la falta de cooperación se siguieran expandiendo, un grupo de voluntarios de diferentes partes de Colombia, Venezuela y Europa, decidió poner manos a la obra para trabajar en conjunto y beneficiar a 16 familias que viven actualmente en María Teresa, el mismo barrio donde están ubicados Yelisbeth y su familia.
Se trata de uno los barrios con mayores índices de pobreza en Norte de Santander. En este suburbio viven alrededor de 440 familias, entre colombianas y colombovenezolanas, así como desplazados por la violencia e indígenas. Tienen en común la deficiencia en servicios públicos y espacios comunitarios.
Sobre algún problema de rechazo, xenofobia o discriminación, Yelisbeth afirma: “Acá no he tenido problemas, nadie me ha humillado, incluso han tenido mucha confianza en mí. Aquí, en este barrio, todos somos iguales, todos somos seres humanos”.
Techo, organización presente en 19 países en el mundo, se dio a la tarea de dirigirse a este lugar gracias a una invitación de la Red Internacional de Transformación (Rita) para conocer esta realidad. Tal y como lo explica David Sánchez, director ejecutivo de esta ONG, desde el 2019 realizaron jornadas de reconocimiento de la zona. Así fue como se les ocurrió crear una campaña de ayuda y construcción de viviendas de emergencia para 16 familias de este lugar, las más necesitadas.
“Realizamos esa alianza entre organizaciones y conseguimos los primeros fondos para hacer un mapeo. Además, buscamos organizaciones locales, apoyo de la alcaldía, de la Cruz Roja, la Policía e, incluso, Defensa Civil. La Cooperación Alemana GIZ también hizo parte de este proyecto”, afirma.
Estos 250 voluntarios tenían en común varios motivos por los cuales llegar a este lugar apartado de Colombia. Algunos viajaron desde varias ciudades del país y estuvieron más de 24 horas montados en un bus, mientras que otros tuvieron largos vuelos. “Esta idea nació de una perspectiva de emergencia, vemos que el país está viviendo algo que no vive todos los años, y ahí la organización puede aportar. Prácticamente, en Latinoamérica todos ‘empujamos hacia el mismo lado’ porque tenemos los mismos dolores y, al ver que nuestros hermanos venezolanos están siendo segregados y se estaban presentando casos de xenofobia, pensamos que teníamos las herramientas para hacer las cosas diferentes”, asegura Sánchez.
Al ver que nuestros hermanos venezolanos están siendo segregados y se estaban presentando casos de xenofobia, pensamos que teníamos las herramientas para hacer las cosas diferentes
La construcción de estas viviendas de emergencia, hechas en módulos de madera sobrepuestos en vigas del mismo material, que cuentan con tejas, ventanas y un sistema de ventilación para que sean más frescas según sea el clima, se desarrolla en jornadas de más de 12 horas de esfuerzos compartidos entre voluntarios y beneficiarios, durante tres días.
Precisamente, todas estas alianzas permitieron que se sumaran más intenciones y, por supuesto, manos a este proyecto.
Daniela Vásquez, además de ser cofundadora de Rita, es una cucuteña que actualmente vive en Londres, y dice que durante más de 6 meses, los voluntarios que viajaron desde varias ciudades de Europa estuvieron organizando múltiples eventos y actividades con la finalidad de recaudar fondos para donarlos a la comunidad de María Teresa.
Decidieron elegir la frontera para llevar a cabo este proyecto porque, en palabras de David, “simboliza muchas cosas: la ayuda humanitaria que entra al país, la solidaridad de las familias que están acogiendo a otras y el cambio histórico que atraviesa Colombia”.
La elección de las familias
Yelisbeth escuchó de las construcciones en medio de unas charlas dadas por Techo y Rita en la comunidad. “Me inscribí. Luego de eso nos hicieron una visita, vieron la cantidad de integrantes de mi familia y nos dijeron que en unos días nos darían la respuesta. Yo tenía miedo porque el terreno que teníamos estaba muy inclinado, y no sabía si ahí se podía construir”.
Luego de evaluar cada caso, las organizaciones decidieron ayudar a las familias más vulnerables, sin importar su lugar de origen, etnia, religión o raza. No se eligieron por ser colombianos o por ser venezolanos, se eligieron por necesidad. Así fue como Yelisbeth y su familia resultaron beneficiadas.
Ya me mudé, ya duermo rico, ya no cae agua lluvia
Tal es el caso de Rosmary García, una nortesantandereana que vive con su esposo y su hija de 12 años en el mismo asentamiento cucuteño. Relata que cuando le notificaron que tendría su vivienda de emergencia fue inevitable sentir alegría, pues donde vivía se le metía el agua por el techo. “Llovía más adentro que afuera”, dice.
Estas dos cabezas de hogar coinciden en que lo mejor de la jornada de construcción, además de recibir un refugio más cómodo, fue compartir con gente que nunca pensaron, tratar con extranjeros y trabajar en equipo con más personas. “La unión de países fue muy emocionante. Además, es muy satisfactorio que, a pesar de que muchos venezolanos hayan salido a hacer cosas que no son, es bueno recibir ese apoyo y que no nos miren como malas personas”, afirma Yelisbeth.
“Ya me mudé, ya duermo rico, ya no cae agua lluvia”, cuenta Rosmary emocionada, sin dejar de lado que su esposo fue uno de los más activos a lo largo de la jornada. “Él estuvo metido de lleno en la construcción. Incluso fue quien metió la primera puntilla”, cuenta.
En Colombia hay 2,6 millones de familias que viven con déficit habitacional en la ruralidad, y en lo urbano hablamos de 1,8 millones de familias que también viven así, según el Dane.
“Podemos cambiar la realidad del país a punta de voluntad. Si tengo la posibilidad en mis manos de poder cambiar la realidad de una familia, siempre valdrá la pena hacerlo. Para nosotros es solo un fin de semana, pero para las familias es un cambio para toda la vida”, asevera David, en nombre de Techo.
ANA GONZÁLEZ COMBARIZA
EL TIEMPO@ Combariiza
* Publicación con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y Acdi/Voca