Oportunidades de la crisis / Opinión

El planeta se está limpiando. Las imágenes de aguas transparentes, aire sin polución y animales por todas partes son impactantes. El confinamiento, pese a las implicaciones negativas que tiene desde el punto de vista económico, nos ha dejado preguntas muy profundas sobre nuestro comportamiento como especie.
Hoy, tanto las personas como las empresas somos conscientes de la importancia de la protección del medio ambiente y de la necesidad de avanzar de forma más decidida hacia producciones limpias.
En la disyuntiva de largo plazo que se nos presenta entre medio ambiente y economía, la manzana de la discordia es el consumo. El crecimiento económico en el mundo se sustenta en el aumento de este. Mientras mayor consumo, mayor producción y, por lo tanto, mayor riqueza. Los seres humanos de casi todos los rincones del planeta llevamos una vida con niveles de consumo excesivos que, en muchos casos, están no solo por encima de nuestras necesidades, sino también de nuestras capacidades.
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Pareciera que hubiéramos adoptado para nuestras vidas aquella simplificación de las ciencias económicas en la que la felicidad del hombre está dada por su bienestar económico.
Crecer a partir de la expansión indefinida del consumo, no solo no es posible en el tiempo, sino que va en detrimento del medio ambiente y de la estabilidad financiera de los hogares.
Cuando medimos el éxito de un país a partir de su crecimiento económico, estamos omitiendo factores importantes de la contabilidad nacional, como el capital humano, social, institucional, ambiental, entre otros.
El PIB es una buena medida de cantidad de la producción, pero no de calidad. Una cosa es el crecimiento y otra, el desarrollo, y la realidad actual nos está demostrando que crecer en detrimento del medio ambiente es un harakiri.
Es probable que haya una mejora cuantitativa y cualitativa en los programas de protección social. De esta coyuntura, el Estado saldrá con un mejor sistema de información sobre la población vulnerable, que le permitirá contar con programas más inclusivos, mejor diseñados y mejor aplicados. La informalidad laboral y empresarial se ha ‘normalizado’ en la vida económica nacional, pero ahora, aquellas personas que están por fuera del sistema van a encontrar, en las ayudas del Estado, incentivos para formalizarse.
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El sector de la salud también saldrá fortalecido. Por un lado, buena parte de la deuda que se tiene con el sistema se pagará y, por el otro, la capacidad hospitalaria se está incrementando para beneficio de todos los usuarios.
Sin duda ha habido un aumento en la productividad de las empresas y de las personas. Todos hemos avanzado en el uso eficiente de la tecnología, y esos aprendizajes se van a quedar con nosotros. Lo importante de la transformación digital es usar la información disponible para solucionar problemas y tomar mejores decisiones, y en eso estamos avanzando.
En materia de educación también se presentan grandes oportunidades para reinventar el modo como la estamos impartiendo. Es momento de definir si queremos enseñar contenidos o si queremos enseñar a pensar. El hecho de que la educación digital les presente a los estudiantes el reto de un aprendizaje más autónomo ya es una ganancia desde el punto de vista del compromiso, la disciplina, la construcción de metas, la toma de decisiones, la autogestión y, sobre todo, la motivación intrínseca.
Aunque nos encontramos con situaciones aberrantes de rechazo a los otros (como las que se han presentado en contra de médicos y personal de la salud), han sido más fuertes los casos de agradecimiento, solidaridad y cooperación de los que hemos sido testigos. Esta crisis ha dejado atrás buena parte de la polarización en que estábamos enfrascados y nos ha permitido encontrarnos como lo que somos: una sola especie. Ahora, cuando sabemos que todos hacemos parte de la solución, es más viable la coordinación de esfuerzos en temas de interés global, como el cambio climático.
Ante las dificultades prácticas que la globalización nos presenta, probablemente se volverá a la localización de la cadena de suministros. Lo cual puede significar una oportunidad para el país, desde el punto de vista de sustitución de importaciones y de reubicación de plantas que formen parte de cadenas logísticas ahora regionales. Esta realidad puede ampliar la demanda de algunos de los productos que nosotros producimos, como es el caso de los alimentos. Colombia es un país de vocación agrícola, y es allí donde se nos presenta una mayor oportunidad de mercado.
La reactivación del aparato productivo necesariamente pasa por la ampliación del gasto público en sectores estratégicos, como infraestructura pública, vivienda y algunos desarrollos industriales. Es de esperarse, entonces, que con las ayudas que tengamos del Estado alcancemos mejoras significativas en estas materias.
Esta crisis ha demostrado que es posible que las personas cambiemos nuestro comportamiento más rápido de lo que pensábamos y que los Estados pueden ser más eficientes de lo esperado. Al final del túnel, siempre hay luz. Pese a los altos y bajos, la curva de progreso humano ha sido ascendente. No vamos a vivir con esta pandemia para siempre. Este será un paréntesis en nuestras vidas. Sin embargo, de nosotros depende que aprendamos la lección y tomemos las oportunidades que la coyuntura presenta.
JULIANA MEJÍA
Politóloga