Guerra Ucrania – Rusia: ‘Cada día se hace más difícil y peligroso vivir’

Ni Svitlana ni Viktoria se conocen. Sus caminos no se han cruzado. Son mujeres con más de diez años de diferencia. Vidas, gustos y experiencias distintas. No hay nada que las una, a excepción de una decisión que las conectó: abandonar su natal Ucrania, huyendo de la guerra, e instalarse en Colombia.

Svitlana tiene 48 años. Era directora de un programa en un medio de comunicación ucraniano. Cuando estalló la guerra, estaba en su casa, en Kiev, la capital. Todo era un ambiente de incertidumbre. “Lo primero que hice fue ofrecerme como voluntaria”, cuenta en diálogo con este diario. “Hice redes de camuflaje para el ejército y ayudé a las personas solitarias y enfermas. Fue algo instintivo. Tenía que ayudar”, agrega.

Por esos días, unos kilómetros más hacia el occidente, en Leópolis, Viktoria, de 31 años, se debatía entre la vida y la muerte. O al menos eso creía. Le habían detectado un tumor y su oncólogo le había dicho que era urgente realizarse una operación para tomar una muestra de la masa. La cirugía había sido programada para el 29 de febrero de 2022, cinco días después del comienzo de la invasión rusa. “Tenía que saber qué pasaba conmigo, pero la intervención se tuvo que cancelar por el comienzo de la guerra. Mi menté colapsó. No sabía qué iba a suceder conmigo, mucho menos con mi país”, asegura.

Solo sabía de explosiones en libros y películas, pero aquella noche de febrero, la peor pesadilla se volvió realidad. Y ahora llevamos un año de una noche que no parece terminar

Las primeras semanas pasaron y la incertidumbre se apoderó de ellas, de sus familias y de millones de ucranianos. Las noticias mostraban edificios, casas y calles destruidos. “Jamás había escuchado tantas alarmas y misiles sobre mi cabeza”, relata Alex, de 29 años, quien vive en Kiev y para ese entonces se encontraba en Jersón, en el sur del país, porque estaba visitando a uno de sus primos, de casi su misma edad, que vivía en esa ciudad. Los unía la pasión por el deporte. “Los rusos se estaban tomando ese lugar y nosotros vimos que nos estábamos quedando atrapados. No había ni medicamentos ni comida. Algunos amigos con los que jugábamos fútbol hace unos años habían muerto o habían escapado”, narra con llanto, y suspira. Hace pausas para contener las lágrimas, pero le es imposible. “Lo último que le dije (a él) fue que jamás nos separaríamos. Pero la vida. La vida no. La maldita guerra llevó a que lo hiciéramos y ahora yo estoy vivo y él muerto”.

Alex y su primo habían decidido viajar hacia Odesa, una ciudad al frente del mar Negro, justo antes de que Rusia anunciara el control definitivo de Jersón, en marzo del año pasado. “Creíamos que íbamos a estar a salvo”, dice. Pero no fue así. Allí la guerra se intensificaba. Ellos pudieron acomodarse en un apartamento en un edificio de 14 pisos, que era de unos conocidos de su familia.

Sin embargo, los días se comenzaron a parecer a una escena del ‘Infierno’ de Dante. “Las noticias hablaban de muertos, misiles y alarmas. Casi no podíamos dormir”, cuenta. Un sábado de abril, un misil impactó el bloque residencial donde vivían. “Yo estaba en una habitación hacia el fondo, como hacia el centro del edificio, y mi primo estaba contra la ventana. Él terminó boca abajo casi cerca de donde yo estaba. La onda lo empujó hasta ahí. Me acuerdo de abrir los ojos y verlo con vidrios, sangre y sin moverse. Yo solo sentía que todo me comenzaba a arder –narra–. Terminé con el 70 por ciento del cuerpo quemado. Mi primo falleció”.

Una mujer policía calma a un hombre junto al cuerpo de un niño tras el lanzamiento de un cohete ruso contra una parada de autobús en Járkov, Ucrania, el 20 de julio de 2022.

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Sergey Kozlov / Efe

El número de fallecidos aumentaba con los días. “Todos en el país conocen a alguien cercano que ha muerto”, dice Viktoria. Las historias se difundieron a través de las redes sociales. Y las imágenes daban cuenta de algo que hace mucho no se veía en Europa: viviendas y edificios históricos destruidos, cuerpos en las calles, familias llorando y corriendo, el sonido de alarmas, desabastecimiento de comida y gasolina y filas de carros intentando salir del país. Andrii Yeriomenko, conductor de la empresa ferroviaria Ukrzaliznytsia, recuerda cómo salían los trenes de las estaciones de Kiev: “La gente tenía miedo, estaba conmocionada: los niños, los perros, los gatos, los adultos, los ancianos. Rescatábamos a todo el mundo que podíamos. Podía haber diez, doce personas en compartimientos pensados para cuatro”, recogió la AFP. Otra situación que narra Andrii es el reflejo del impacto de la guerra en los menores de edad. “Una vez, algo chasqueó en un vagón y una niña de cinco años se lanzó al suelo, con las manos sobre la cabeza, gritando “¡bombardeo!”.

Una reacción que estaba desarrollándose entre las personas, pues los sonidos de la guerra se tomaron su vida cotidiana. “Un proyectil ruso impactó la casa donde vivía mi hermano y la destruyó. Por fortuna, él no estaba allí en ese momento”, cuenta Svitlana. “Pero hay algo que no ha cambiado aún: cada día se hace más difícil y peligroso vivir allí”, enfatiza.

Morir defendiendo

Que todos conozcan a alguien que haya muerto por la guerra en el último año, como asegura Viktoria, no es poco. Cuando se habla con ucranianos, cada uno recuerda al menos una de las tragedias que se convirtieron en heridas en el alma. “Tenía un compañero que trabajaba conmigo en atención al cliente y murió defendiendo el país en primera línea. Un vecino terminó con el 80 por ciento del cuerpo quemado. Y otro joven, de 25 años, que estudiaba en el colegio donde mi mamá daba clase, murió cuando se fue a defender a Ucrania”, asegura Viktoria. “Deportistas, cantantes, doctores y personas del común, que solo querían tener una vida normal, terminaron usando las armas para ayudar al ejército”.

Algo similar describe Svitlana: “Tengo muchos amigos peleando, pero hay dos que ahora están desaparecidos. Solo espero que estén vivos y, en el peor de los casos, en cautiverio”.

Estar en la línea de guerra, al frente, es un completo desafío. Es un escenario en el que se actúa bajo el instinto de supervivencia y donde la racionalidad muchas veces termina opacada por la adrenalina y las emociones, sobre todo cuando nunca antes se ha empuñado un arma. En palabras de Vladyslav Jaivoronok, un soldado ucraniano que estuvo en Mariúpol, la ciudad portuaria que ahora está bajo control ruso: “Es una especie de batalla final”.

Civiles entrenando con rifles de madera antes de sesión militar, cerca de Kiev, la capital ucraniana.

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Serguéi Supinsky / AFP

El militar de 29 años estuvo en la batalla de la acería de Azovstal y terminó con la amputación de la pierna izquierda tras ser alcanzado por un misil antitanque. Por sus heridas, lo trasladaron a un centro de salud en Donetsk, este de Ucrania. Su destino fue diferente al de varios de sus compañeros que fueron capturados como prisioneros de guerra y encerrados en una cárcel en Olenivka, en esa región. Decenas de los reclusos de ese lugar murieron en una explosión en julio.

Vladyslav les contó a periodistas de la AFP que mientras estaba en el centro de salud “no tenía ningún contacto con familiares ni ningún acceso telefónico” y sentía una especie de “presión” moral: “Nos decían que nadie nos necesitaba, que todo el mundo nos había abandonado”.

Dejarlo todo y emigrar

Con el paso de los meses, la situación económica empeoró en el país. “Casi no quedaba dinero para vivir. Perdí mi trabajo porque el canal de televisión cerró todos los proyectos que tenía”, cuenta Svitlana.

Ella aprovechó una oportunidad con amigos voluntarios. “Llevaron a enfermos, ancianos y perros que se perdieron al comienzo de la guerra a Alemania y me ofrecieron acompañarlos. Estuve de acuerdo y me fui”, afirma.

No es tiempo de continuar una guerra que solo ha causado dolor

Después se contactó con su novio en Colombia, a quien había conocido en un festival de moda antes de la pandemia, y emprendió su viaje al país. “Conduje con una amiga por Polonia hasta Alemania; después a Suiza y España. Mi hijo de 25 años se quedó con mis padres en Kiev, quienes no querían irse de su casa. Los hombres entre 18 y 60 años no pueden salir del país. Solo mujeres mujeres niños y ancianos”, dice.

Viktoria, por su parte, tomó la decisión luego de comenzar a recibir mensajes de familiares reportando explosiones en sus ciudades. “¿Qué debo hacer?’, me pregunté. Mi novio estaba en Georgia y todos los vuelos estaban cancelados. Eran días aterradores. Logré salir hacia Alemania –explica–, después fuimos a Suiza y luego a Argentina, donde vivimos tres meses”. Al tiempo, llegaron a Colombia.

“Lo más difícil ha sido dejar a mi familia. Mi mamá y mi abuela viven en ciudades pequeñas. Pero mi papá está en Dnipró, uno de los lugares que han estado bajo ataque. Es conductor de servicios de emergencia y va a diferentes lugares. A veces no contesta, porque la conexión es casi nula, y me asusto. Solo esperamos que esté bien”, agrega Viktoria.

Un hombre despide a una niña que está en un tren en Ucrania.

Foto:

Sergei Chuzavkov / AFP

La vida en ciudades fantasma

En las regiones de Donetsk y Lugansk, en el este, la vida se frenó. La mayoría de imágenes que se conocen son de militares y tanques de guerra, infraestructura destruida y unos pocos habitantes que se rehúsan a evacuar.

Un equipo de periodistas de la AFP registró cómo es la vida en la población de Avdivka, en Donetsk. En la mañana, las personas llenan sus botellas de agua en una fuente municipal y se agrupan para recargar sus celulares con un generador de energía que está en el mercado bombardeado.

Quienes permanecen en el lugar tienden a ser jubilados o personas cuyos familiares se fueron a otras ciudades. “Éramos 50, pero muchos salieron de aquí”, les dijo Liubov Stepanova, una mujer de 71 años que vive con otros 20 vecinos en un sótano sin ventanas. Oleksander Lugovskykh, de 35 años, repara sierras y trabaja con lo que puede. El hombre resumió la guerra así: “Son combates entre políticos para demostrar quién es más fuerte”.

Lyubov Stepanova, de 71 años, vive en un sótano de su apartamento en Avdivka, este de Ucrania.

Foto:

Yasuyoshi Chiba / AFP

En el hospital central del lugar, que está a un kilómetro de las líneas rusas, solo queda un médico: Vitali Sytntk, de 55 años. Se ha acostumbrado a atender a pacientes con el ruido de fondo y las vibraciones en las ventanas que producen las detonaciones de morteros. “La gente está estresada –contó–. Vienen y piden antidepresivos y somníferos. Yo se los doy, pero les digo: ‘Para dormir bien, hay que irse’ ”.

Esto se replica en varias zonas del este ucraniano, como en Kupiansk y Saltivka, de la región de Járkov, donde antes vivían decenas de miles de personas. “Mi tío abuelo no ha querido irse del lugar. Lo visité hace más de un mes y estaba viviendo entre las grietas y el moho producido por la humedad del invierno, y sin luz eléctrica. Le insistí en que nos fuéramos, pero me dijo que si se tenía que morir, lo iba a hacer donde había nacido”, dice Fedir, de 32 años y quien vive en Kiev, en una conversación con EL TIEMPO. Algo similar a lo que le dijeron a Svitlana sus padres hace unas semanas: “Si estamos destinados a morir pronto, que sea solo en Ucrania”.

Otros han optado por huir de sus casas. Galena, una mujer de 62 años, “metió lo que tenía en dos grandes bolsas de plástico y esperé el autobús para ir a reunirse con su hija en el noreste”, reseña la AFP. “Me voy para estar a salvo. Viví aquí bajo la ocupación rusa y tengo miedo de otro ataque”, les contó la señora a los periodistas de la agencia en el lugar.

Militares ucranianos en Donetsk, en febrero de 2023

Foto:

Oleg Petrasyuk / Efe

Lo cierto es que se sobrevive sin los recursos que antes se tenían: en muchas regiones no hay luz, ni gas ni medicamentos. El invierno con el frío gélido hizo que varias personas volvieran a las estufas de leña y adecuaran transformadores, como en el pasado. “He visto lugares donde ancianos tienen que ir a recoger madera entre las ruinas de edificios o hay hospitales sin calefacción”, cuenta Fedir.

En Bajmut, en la región de Donetsk, el gobierno ordenó evacuar a todos sus habitantes el viernes. Los últimos civiles que quedaban habían pedido ayuda. “Ya no es posible vivir aquí”, le narró una señora de 52 años a la AFP. “No hemos tenido agua desde que empezó la guerra”, contó otra mujer de 38 años que con su esposo y su hijo de 5 años han tenido que cruzar varias veces un puente en ruinas bajo intensos bombardeos para buscar agua. La única solución temporal en la zona era un camión cisterna que llenaban a diario voluntarios y bomberos.

El panorama sigue siendo preocupante y la intensidad de la guerra está regresando. “La situación en toda Ucrania no es buena”, dice Viktoria. “El mayor problema es la falta de electricidad porque fueron atacadas varias estaciones de energía”, agrega. “La infraestructura estratégica fue dañada. Mis amigos se sentaron durante semanas en bodegas de Bucha e Irpin, cerca de Kiev, sin comida ni agua y bajo fuego –explica Svitlana–. Pero hay otro problema que está creciendo: a la comunidad mundial se le está empezando a olvidar que Rusia entró en guerra en Ucrania. Es terrible que muchos políticos hagan la vista gorda ante el horror y no hagan nada. Esta guerra no es por la liberación, sino por la toma de un territorio”.

Ese llamado pareciera estar convirtiéndose en un grito ahogado que se replica entre los ucranianos que buscan volver a ser escuchados. “La economía está difícil. Necesitamos ayuda”, dice Alex, quien vio morir a su primo en Odesa. “No es tiempo de continuar una guerra que solo ha causado dolor”, agrega Fedir. “Quienes están defendiendo lo hacen por el futuro de nuestros hijos. Sabemos por qué lo están haciendo, pero es momento de que nos ayuden y se detenga la destrucción”, puntualiza Viktoria. Se trata de un anhelo que esperan se concrete pronto. Una ilusión que llevan aguardando desde la noche en que se anunció la ‘operación militar’ rusa y ha causado la muerte de miles de padres, hermanos, hijos, abuelos, amigos, conocidos y vecinos, y la salida forzada de millones de otros que tuvieron que abandonar la vida que habían construido, aquella que ahora solo permanece enmarcada en un eterno recuerdo y ya no está ni siquiera en fotos.

DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Periodista de Reportajes Multimedia
En redes: @lopez03david

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