Francia enfrenta peligrosa ruptura que no se veía desde hace 60 años: ¿qué va a pasar?
Lo que empieza mal, termina mal. El martes 27 de junio, a las 7:55 de la mañana, un Mercedes Benz clase A, color amarillo pollito, con placas de Polonia, corría veloz por una avenida del municipio de Nanterre, en el oeste de París.
(Lea aquí: Protestas en Francia: ¿continuarán los disturbios o volverá la calma al país?)
Al volante iba Nahel Merzouk, de 17 años, hijo único de una madre soltera de ascendencia argelina, quien ya había tenido problemas con las autoridades por conducir sin licencia y negarse a parar en un control policial. Ese día, avanzaba muy por encima del límite de velocidad en el carril exclusivo de los buses.
Dos policías motorizados, con sus sirenas y luces de advertencia encendidas, lo alcanzaron en un semáforo en rojo y le ordenaron que se detuviera. Nahel no hizo caso y aceleró pasándose la luz roja y omitiendo detenerse en un posterior paso peatonal poniendo en riesgo la vida de un transeúnte y de un ciclista.
Un atasco de tráfico lo encajonó pasadas las 8:15 p. m. Fue entonces cuando los agentes bajaron de sus motos, uno de ellos se situó en la parte trasera del Mercedes, y el otro frente a la ventana del conductor. Con sus armas en mano buscaron disuadirlo de una nueva fuga.
De nada sirvió. Nahel volvió a arrancar y fue entonces cuando uno de los oficiales le disparó. A los pocos metros, el carro se chocó contra el mobiliario urbano de un andén. Los paramédicos intentaron, en vano, reanimarlo. Gravemente herido, el joven falleció a las 9:15 p. m.
Las peores manifestaciones en 60 años
Las noches que siguieron estuvieron marcadas por violentos disturbios, no solo en Nanterre y otras suburbios de París, sino en varias ciudades de Francia, donde los distritos con alta presencia de inmigrantes, en especial magrebíes, fueron escenario de confrontación entre jóvenes con piedras, palos, bombas incendiarias y armas de fuego, y la policía.
Una semana después, de a poco retornaba la calma, pero el saldo es digno de un país en llamas: más de 350 personas detenidas, 5.890 vehículos incendiados, cerca de 13.000 contenedores y canecas de basura quemadas, 1.105 edificios públicos y comercios atacados a piedra, muchos de ellos saqueados; 269 estaciones de policía incendiadas; 800 agentes de policía heridos, algunos de ellos a bala; y al menos un muerto por una bala perdida se suman a los 20 millones de euros que se calculan en daños a los transportes de la región.
Francia está fracturada como no lo estaba desde la guerra de Argelia (hace 60 años)
Varias alcaldías fueron ferozmente atacadas y en L’Haÿ-les-Roses, en el departamento de Val-de-Marne, la residencia del alcalde Vincent Jeanbrun, fue embestida por un carro fantasma en llamas. “Mi esposa y mis hijos están en estado de shock y lesionados”, posteó en sus redes sociales Jeanbrun en la madrugada del domingo.
Se trata de los más graves disturbios del siglo, superiores a los de 2005 que alcanzaron cifras similares, pero en el curso de varias semanas. Esta vez todo ocurrió en seis noches sucesivas.
El presidente Emmanuel Macron se vio obligado a suspender su visita oficial a Alemania. Tal y como en las semanas de las manifestaciones contra la reforma pensional, el mandatario debió pedirle al rey Carlos de Inglaterra que aplazara su viaje a Francia.
A cuatro años de las protestas de los llamados chalecos amarillos, una pandemia que desató malestar generalizado, durísimas protestas a inicios de este año contra la reforma pensional y con “noches de terror” tras la muerte de Nahel, “Francia está fracturada como no lo estaba desde la guerra de Argelia (hace 60 años)”, según sostiene el sociólogo Hugues Lagrande al describir lo que él llama “el surgimiento de una ira destructiva y festiva”.
Una editorial de El País de Madrid apunta en la misma dirección: “Hay una fractura antigua y que ningún Gobierno ha sabido resolver, entre los centros urbanos prósperos y mayoritariamente blancos, y la banlieue, donde viven hijos y nietos de inmigrantes del Magreb y del África subsahariana y en muchos casos sufren problemas endémicos de marginación que alimentan la desconfianza y el resentimiento”.
Por décadas, Francia ha invertido cientos de millones de euros en esos barrios, pero como advierte El País: “Algo no ha funcionado”.
Así mismo, los gobiernos galos han intentado profesionalizar a las fuerzas del orden, y dotarlas de mejores equipos para combatir la violencia, pero los protocolos siguen fallando. Aun si el joven Nahel cometió una provocación tras otra, dispararle al cuerpo es un recurso que el juez instructor del caso ya calificó como indebido.
“Teniendo en cuenta el tráfico que seguía en buena medida atascado, los agentes habrían tenido más oportunidades de detener el Mercedes e incluso habrían podido dispararle a las llantas para inmovilizarlo”, le dijo el viernes a un grupo de periodistas en París uno de los investigadores.
Fractura social y política
La fractura social se extiende a la política. Mientras esas dos Francias –la de los ricos y la clase media acomodada, de un lado, y la de los barrios periféricos del otro– lucen irreconciliables, en los dos extremos del espectro político, la derecha y la izquierda más duras hacen gala de un populismo que quiere reducir las explicaciones a ejercicios facilistas y de impacto.
Para la derecha del Reunión Nacional (RN), toda la culpa es de la inmigración. Señalan a la supuesta política de puertas abiertas y a quienes huyen de la pobreza y de los continuos conflictos del mundo árabe, en especial de los países del norte de África, antiguas colonias francesas como Argelia y Marruecos, como los responsables.
Con ese discurso, el RN ha llevado a su líder, Marine Le Pen, a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en las dos más recientes votaciones. En 2017 obtuvo 33,9 % de los sufragios, y en 2022, el 41,5 %, en claro ascenso.
Según el citado editorial de El País, Le Pen es “quien políticamente capitaliza los disturbios”, pues millones de franceses ven con temor el aumento de la violencia, culpan a los inmigrantes y comienzan a ver en el RN a un partido que podría garantizar el orden.
Una colecta para reunir fondos para la defensa jurídica y el sustento de la familia del agente de policía detenido obtuvo un éxito inesperado. En menos de 100 horas, la recaudación pasó del millón de euros, cinco veces más que una recolección similar en favor de la familia del joven Nahel.
Pero las cifras ponen en duda buena parte de ese planteamiento. Francia está lejos de ser el país europeo que más inmigrantes acoge, alrededor de un 12 por ciento de su población son personas nacidas en el extranjero, mientras hay naciones como Suiza (con cerca del 30 %), Austria (con cerca del 20 %) y Alemania (con 18 %), donde la conflictividad está lejísimos de los niveles franceses.
El discurso de la izquierda populista del líder del grupo Nupes, Jean-Luc Mélenchon, tiende a ser justificador, por cuenta de las enormes desigualdades sociales, no solo de las protestas sino de la violencia misma. Mélenchon se negó a hacer un llamado a la calma. Sí lo hicieron líderes de la izquierda más tradicional como el socialista Olivier Faure, o incluso el comunista Fabien Roussel.
“Comprendo la ira, pero ella no puede justificar la degradación de nuestros servicios públicos o de nuestras alcaldías”, dijo Faure. Y Roussel proclamó una “condena absoluta de las violencias (…) cuando uno es de izquierda, uno defiende los servicios públicos, no su pillaje y su saqueo…”.
No solo inmigración y pobreza
La realidad francesa es mucho más compleja que solo inmigración y pobreza en zonas marginadas de París, Lyon, Marsella, Nantes y otras ciudades, donde la muerte de Nahel sirvió de excusa para una violencia inusitada.
Claro que la pobreza contribuye, y mucho, a la crisis. Pero Francia está lejos de tener los suburbios más miserables de Europa. Además, en el caso de la muerte de Nahel, no es posible alegar que este joven, al volante de su Mercedes –aun si no era último modelo–, estuviese sumido en la miseria.
Según las encuestas, menos del 10 % de los franceses dice sentir confianza en los partidos políticos, contra 40 % en los Países Bajos, 30 % en Suecia y Alemania, y 15 % en Italia
En estos barrios hay una mezcla de temas culturales y religiosos que se conjugan con machismo, violencia intrafamiliar, narcotráfico, prostitución, trata de menores y otras actividades delictivas que se nutren del desorden y que se benefician de ver a gendarmes y policías dedicados a controlar disturbios en vez de combatir el crimen.
“Esas organizaciones de mafia y tráfico de drogas, alimentan los disturbios, infiltran a su gente, pagan a quienes incendian y saquean”, les dijo un responsable policial a varios periodistas el sábado pasado.
Además, los diferentes discursos que escuchan los habitantes de estos barrios, en especial en redes sociales, es antidemocrático y muy poco republicano.
Lo mismo el que proviene de la izquierda populista que, como pasa con Mélenchon, cree sobre todo en “el poder de las calles”, que el de la derecha más radical, que pone en paréntesis el respeto de los derechos humanos cuando se trata de inmigrantes.
Eso sumado a la prédica islamista que, entre sus voces más radicales, encuentra imanes y líderes civiles que no creen en los derechos de la mujer y que desconfían profundamente de la forma y el fondo del sistema democrático.
Una semana después de la muerte de Nahel, mientras en varios suburbios de las ciudades francesas aún era visible el humo de los últimos incendios, una luz de esperanza surgía en las decenas de manifestaciones que hubo el lunes frente a las alcaldías, donde miles de franceses se congregaron en defensa de los valores republicanos.
Eso sí, hará falta mucho más para proteger el sistema democrático. Según las encuestas, menos del 10 % de los franceses dice sentir confianza en los partidos políticos, contra 40 % en los Países Bajos, 30 % en Suecia y Alemania, y 15 % en Italia. Con ese nivel de credibilidad tan bajo, es muy difícil defender la democracia. Y eso es un grave síntoma que alimenta profundas crisis.
MAURICIO VARGAS LINARES
ANALISTA
EL TIEMPO