Turquía y los grandes desafíos estratégicos
¿Qué razones pueden haber existido para el real o supuesto cambio de rumbo de Turquía frente a la adhesión de Suecia a la Otán? Más allá de las noticias y de los intentos analíticos más o menos informados, veamos qué hay en el fondo del asunto.
Se ha dicho que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, puede haber sido doblegado o seducido por Estados Unidos; también, que puede haber existido alguna diferencia profunda con el gobierno del presidente ruso, Vladimir Putin, sobre cuya naturaleza poco se ha dicho. Y, finalmente, se ha afirmado que logró un triunfo importante en el juego de póker de las relaciones geoestratégicas del Medio Oriente. A lo mejor, la verdad no sea tan fácil de desentrañar ni tan evidente. Veamos por qué: ante todo es necesario anotar que Erdogan, como premier de un país que fue imperio hasta hace un poco más de un siglo, añora el antiguo orden del poder otomano en el Medio Oriente. La visión de su país como un factor esencial en el ajedrez de la gran región cuenta sin duda y no de cualquier manera.
El juego de su política exterior se ha caracterizado por su deseo de convertir a su país en un puente entre Occidente (en especial la Unión Europea), sus pares musulmanes y los pueblos túrquicos en Asia Central y Oriental. Además, es evidente el deseo de querer jugar un papel de liderazgo entre el mundo musulmán en general y los que no lo son. Es un país Otán, importante, entre otras cosas, para Occidente porque tiene las dos llaves de acceso de la flota rusa desde el mar Negro hacia el Mediterráneo (los estrechos de Bósforo y Dardanelos). Pero, al mismo tiempo, es ostensible una pretensión autonomista frente a los dictados de Occidente, tanto en el interior de su territorio como en el vecindario.
Turquía es un país que ha luchado por convertirse en miembro de la Unión Europea, por décadas, pero su candidatura ha tenido un sinfín de tropiezos en la Comisión Europea. Algunos funcionarios (principalmente de los sectores de centro-izquierda) consideran que aún no cumple con los requisitos democráticos exigidos por la Unión para sus miembros. Por su parte, las derechas europeas, nacionalistas como son, han visto con aprensión durante años esa candidatura, ya que asumen que Turquía no es realmente europea, sino asiática. En efecto, los turcos son originarios de Asia Central y fueron considerados el ‘enemigo’ en Europa Oriental, durante varios siglos. Además, es un país con un gran peso demográfico frente al resto de Europa; ello le daría ventajas en el voto ponderado dentro las instituciones comunitarias, además del factor migratorio.
Claro está, el argumento histórico cuenta, pero tiene también sus contrapartes. Una situación de tensión e incluso enemistad no tiene por qué ser eterna, e incluso puede ser reemplazada por alianzas sólidas. Es el caso de la alianza franco-alemana que ha sido muy funcional para construir la Unión Europea; también ha sido el caso de la alianza entre EE. UU. y Japón, tan importante en Asia Pacífico hoy en día, por solo citar dos ejemplos.
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En su frente norte, Turquía tuvo en el pasado enfrentamientos importantes ante la expansión rusa, desde la época de los zares. Recordemos que el siglo XX abrió con un conflicto importante entre Rusia y Turquía, con Crimea como plato fuerte. Para Turquía, la pertenencia a la Otán tiene esa misma lógica: un apoyo defensivo en caso de conflicto con su mayor adversario geoestratégico en la parte continental de Asia del oeste, es decir, con Rusia.
No puede decirse que Turquía desee practicar de manera acrítica el juego de los Estados Unidos; tampoco el ruso o el europeo, o el chino: juega con sus propios intereses, como un país que cree que desea tener mayor autonomía, con un claro equilibrio frente a las potencias, sean globales o regionales.
La presión de EE. UU. tiene pues sus limitaciones. Incluso, hace pocos años, Turquía (como hemos dicho, país Otán) adquirió un sofisticado sistema de defensa antiaérea de Rusia, en contra de la voluntad manifiesta de la Otán. La promesa de venta de algunos aviones F-16 significa muy poco en este contexto. Si se tratara de habilidades y precio, hubiera podido comprar, más baratos, aviones rusos Sukhoi del mismo estilo de los comprados en su momento por la Venezuela de Chávez, (los Su-30), que tienen un rendimiento semejante al F-16 estadounidense. O haber adquirido los Rafale franceses, del tipo de los comprados en 2016 por Egipto. Además, tampoco se trata de un obsequio. Es una venta comercial común y corriente. Es decir que ese tema no puede haber sido decisivo en el cambio de posición de Erdogan respecto a Suecia. En el fondo, es un cambio respecto a su vecina y amenazadora Rusia.
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Tampoco puede ser definitoria la promesa abstracta de reactivar la hoja de ruta para el ingreso a la Unión Europea. Ello, porque ese tema y su desarrollo futuro no dependen de los funcionarios en Bruselas ni de los altos funcionarios nacionales de los distintos países miembros de la Unión. Tiene que ser ratificado en los Parlamentos de los veintisiete países de la UE, y en el Parlamento Europeo como tal. O sea que el cambio dramático de actitud no puede explicarse por esta simple expectativa. Eso sí, el momento parece propicio para soslayar las aprensiones anteriores de los gobiernos de derecha europeos, en este momento más numerosos que hace una década.
Finalmente, que Suecia se haya comprometido a reenviar a Turquía a algunos militantes del PKK es, sin duda, un hecho importante, en especial para la audiencia interna turca; pero, por sí solo, el asunto no parece tener una fuerza decisiva. Por el contrario, el cambio de posición tiene tres contenidos de fondo, poco explorados en los medios de comunicación:
En primer lugar, en el corto plazo, Turquía está atravesando una crisis económica muy importante. Los apoyos financieros y la magnitud real de los mercados occidentales pueden haber pesado de manera relevante en el momento de ‘escoger’ un bando. El mercado ruso es pequeño, debido a la reducción de capacidad de compra de los habitantes como resultado de las sanciones ocasionadas por la guerra en Ucrania. El fuerte de Turquía, las manufacturas y sus migraciones, no son tampoco aplicables a China debido a los bajos precios de las manufacturas del gigante asiático, así como a la gran demografía predominante en ese amplio mercado.
Ahora bien, en el mediano plazo, Erdogan y su gente pueden haber llegado a la conclusión de que Rusia tiene problemas internos, que pudieran salirse de las manos del gobierno de Putin y llegar a ser inmanejables; sienten probablemente que no es prudente confiar en la continuidad automática de las políticas exteriores o en la estabilidad del Gobierno ruso. Entre esa incertidumbre y las expectativas más sólidas de una relación con Occidente (en especial después de la algazara de Wagner), las opciones se cerraban. Más importante aún, parece abrirse una ventana de oportunidad con Europa si Turquía es percibido como un país cercano a Occidente en un momento de grandes definiciones.
Por su parte, a largo plazo, también es posible que en Turquía exista la percepción de que en Rusia podría pasar lo que sucedió con el propio Imperio otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial. También fue el caso del Imperio austrohúngaro. Los dos existían como imperios antes de la guerra, pero esos imperios ya se habían desintegrado al finalizar el conflicto en 1918: implosionaron, para convertirse en varios países independientes, preservando un núcleo central relativamente pequeño.
Con esa experiencia en carne propia, es posible que el Gobierno de Turquía haya llegado a avizorar incluso ese tipo desenlace para Rusia en el mediano plazo. Podría suceder o no; eso dependerá de muchos factores y de la propia capacidad rusa para mantener la unidad. Pero en caso de darse, ello dejaría un precioso espacio por ser copado por acuerdos de concertación e integración con toda la zona sur de la Rusia actual, acompañando a los países ya independientes que eran parte de la Unión Soviética. En casi todos, el poblamiento (étnico y lingüístico) túrquico es importante. Turquía podría encontrar con sus ‘primos’ de Asia Occidental un espacio estratégico disponible; una oportunidad de esas que se presentan una vez cada varios siglos. En ese sentido, una estrategia con densidad histórica aconsejaría aliarse con Occidente en lugar de hacerlo con otros espacios.
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También en el mediano y largo plazo, no hay que olvidar que el partido de gobierno y una parte de la sociedad turca han tenido simpatías con grupos musulmanes radicales, tales como Estado Islámico y los Hermanos Musulmanes. No debemos olvidar que el adversario más feroz y eficaz del islam radical, en la actualidad, es Rusia (en Afganistán, en Chechenia, en Siria, en el Sahel, para solo citar algunos casos). Un debilitamiento de Rusia podría significar, sin duda alguna, una fuente de aire fresco para el radicalismo islámico desde el mar Negro hasta el corazón de Asia. Pero además, por paradójico que parezca, un acercamiento a Occidente por la vía de la nueva posición frente al conflicto de Rusia en Ucrania implicaría ser bien visto por los modernizadores y ‘progresistas’ dentro de Turquía. Ganaría, pues, consensos por punta y punta.
Como se ve, se trata de un juego a varias bandas, sobre cuyo resultado solo podremos tener certeza en el mediano plazo. De momento, saber qué es lo que está realmente en juego permite ver las noticias y la coyuntura en un contexto más amplio y preciso. Lo mismo es válido para otras regiones del mundo.
DIEGO CARDONA CARDONA
Especial para EL TIEMPO
Ph. D., profesor de Asuntos Globales, analista internacional, exviceministro de Relaciones Exteriores.
dccplanet@gmail.com
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