Preocupa a grupos nativos de Chile y Argentina la explotación minera del litio

El pueblo nativo de los kolla ha pasado pasado siglos ascendiendo a lo profundo de las montañas del norte de Argentina en busca de una sustancia simple: agua potable.

Aquí, en uno de los entornos más áridos del mundo, es una fuerza vital que lo sustenta todo.

En los meses de lluvia, las tierras sagradas que rodean su pequeño pueblo de adobe de Tusaquillas cuentan con agua abundante. En los meses secos, las familias caminan kilómetros bajo el sol abrasador, con la esperanza de que su ganado pueda beber de un pequeño recipiente de plástico, alimentado por una manguera que llega hasta las distantes montañas.

Pero comunidades como la de ella temen cada vez más que se les acabe la buena suerte. Esto se debe a que los cauces secos de agua que rodean su pueblo están intrínsecamente conectados con los extensos salares blancos que se extienden debajo, lagunas subterráneas con aguas repletas de un material que ahora se conoce como “oro blanco”: el litio.

En el “triángulo del litio” —una región que se extiende por Argentina, Chile y Bolivia—comunidades nativas se asientan sobre un tesoro escondido: un estimado de un billón de dólares en litio.

El metal es clave en la lucha global contra el cambio climático, utilizado en las baterías de los automóviles eléctricos, crucial para la energía solar y eólica, y más. Pero para obtenerlo, las minas extraen agua de las planicies, ligadas a la vida de miles de comunidades.

A medida que los más poderosos del mundo miran cada vez más hacia el Triángulo —la mayor reserva de litio en la Tierra— como una pieza crucial del rompecabezas para salvar el medio ambiente, otros temen que la búsqueda del mineral signifique sacrificar esa misma fuerza vital que ha sostenido a los pueblos nativos de la región durante siglos.

Entre 2021 y 2023, el precio de una tonelada de litio en los mercados estadounidenses casi se triplicó hasta un máximo de 46.000 dólares el año pasado, según un informe del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés). En China, el principal cliente del litio de la región, una tonelada de este metal se vendió por la enorme cantidad de 76.000 dólares en su punto máximo el año pasado.

Líderes, ejecutivos mineros y empresas de todo el mundo comenzaron a mirar hacia allá. Empezando por Estados Unidos y China, consideraron los desiertos áridos de la región como una fuente de riqueza y un motor para impulsar la transición a la energía verde.

La elevada demanda impulsó la producción mundial de litio, pero en los últimos meses los precios han caído significativamente debido a un exceso de oferta del metal a corto plazo y a sobreestimaciones sobre las compras de vehículos eléctricos. Sin embargo, el consumo mundial de litio continúa en aumento.

El “oro blanco” que buscan está contenido en los cientos de salares —planicies de sal— desperdigados por la región.

El problema es que las planicies de sal también forman una parte esencial de un ecosistema altamente biodiverso, dicen los científicos.

Si bien el agua de las lagunas no es potable, están ligadas a las fuentes de agua dulce circundantes, a las escasas lluvias y a los arroyos de montaña cercanos, esenciales para la supervivencia de miles de comunidades indígenas.

La preocupación de los científicos entrevistados por la AP es que el bombeo de agua a escala industrial contamina el agua dulce con la salmuera que bombean y de hecho seca el medio ambiente circundante. Dicen que ha producido efectos en cadena para la vida en la región en una época en que ya ha sido golpeada por la sequía inducida por el cambio climático.

Por su importancia ambiental, los salares y sus aguas circundantes se han ganado un sitio sagrado para las culturas indígenas, parte esencial de las celebraciones nativas durante todo el mes de agosto.

Los salares de la laguna de Guayatayoc y Salinas Grandes aportan ingresos a pueblos como el suyo mediante el turismo y la recolección de sal en pequeña escala. Más de 30 compañías solicitan oficialmente permiso para extraer el agua de los dos salares. Letreros puestos por la comunidad en las orillas de las planicies de sal piden a las empresas de litio que respeten el territorio y se vayan.

Las cosas llegaron a un punto crítico el verano pasado cuando el gobierno local, ansioso por obtener ganancias de las minas, modificó su Constitución para facilitar la supresión de ciertos derechos territoriales indígenas y limitar la capacidad de protesta contra la expansión de la minería.

Alicia Chalabe —la abogada ambiental que representa a las comunidades— y otros argumentan que la medida infringe el derecho internacional.

Miles de indígenas estallaron en protesta, bloqueando carreteras utilizadas por las minas de litio y portando banderas indígenas de arco iris. La reacción de las autoridades hacia los manifestantes pacíficos estuvo marcada por represión violenta y arrestos arbitrarios, según grupos como Amnistía Internacional y Naciones Unidas. Sin embargo, se prevé que las protestas continúen.

La vecindad

Las preocupaciones argentinas nacen en el vecino Chile, donde la minería de litio está en pleno vigor desde hace décadas en el desierto de Atacama, el lugar más seco de la Tierra.

Tubos negros gigantes que bombean agua salada subterránea corren como venas a través de la tierra blanca y agrietada del Salar de Atacama. Pasan junto a rugientes bulldozers amarillos y trabajadores con chalecos color naranja brillante.

La llanura alberga a las dos empresas de litio que operan en Chile: SQM y la estadounidense Albemarle.

“Yo creo que vivimos una crisis en la cual tenemos una advertencia grande, pero también tenemos soluciones y el litio representa una de las soluciones necesarias y fundamentales para electrificar el transporte”, dijo Valentín Barrera, portavoz de SQM, la mina de litio más grande de Chile. “Queremos crecer, entendiendo que es necesario para mitigar el cambio climático”.

Aquí, en la mina SQM, eso significa bombear al menos 1.280 litros de agua salada subterránea por segundo —entre 6 y 8 tinas de baño— según cifras de la mina. Los tubos convergen en hileras de piletas azules, verdes y amarillas, donde el agua llena de litio pasa de una pileta a otra.

El duro sol del desierto evapora el agua, y a menudo los fuertes vientos la expulsan del ecosistema, llevándola incluso hasta Brasil, dijo un funcionario de la mina. Debido al proceso de evaporación y a los vientos, casi no se puede reinyectar agua al suelo. Deja detrás sal y litio para ser procesados y utilizados por algunas de las empresas más grandes del mundo, como Tesla.

Mientras tanto, las comunidades circundantes han observado cómo sus tierras se marchitan.

Mientras tanto, pozos y lagunas junto a las minas rebosantes de agua dulce de color azul intenso se secaron.

Al igual que en Argentina, la minería provocó oleadas de críticas y batallas judiciales a medida que los lugareños exigen tener voz sobre el destino de sus tierras.

En 2013, una inspección ambiental encontró que habían muerto un tercio de los algarrobos blancos —un árbol que se sabe que sobrevive en ambientes hostiles— cerca de la mina SQM. Muchos árboles más se marchitaban.

Una investigación en 2016 encontró que SQM extrajo durante años consecutivos más agua subterránea de lo permitido legalmente, algo que, según las autoridades, puso en riesgo extremo la estabilidad del ecosistema. Posteriormente, SQM acusó a su vecino de hacer lo mismo.

En 2022, se ordenó a SQM pagar 51,7 millones de dólares para corregir los daños causados por seis infracciones, entre ellas preocupaciones con respecto a la transparencia y contaminación de pozos de agua dulce.

Barrera, el vocero de SQM, no respondió directamente cuando se le preguntó si pueden afirmar categóricamente que no han dañado el medio ambiente.

“En base a esa información que tenemos disponible es que ‘no’ respecto a las condiciones basales; no ha existido un cambio fundamental sobre las condiciones del entorno, sobre todo el recurso en el fondo”, declaró.

Atribuyó los fallos judiciales y las críticas a la “desinformación”, y culpó a las minas de cobre estatales, que también consumen mucha agua. Posteriormente, el director de la mina agregó que el agua que las minas de litio bombean se rellena lentamente con la lluvia y el agua dulce de las montañas, una fuente de agua para las comunidades locales.

En Albemarle, la otra mina que ocupa la planicie, un portavoz insistió en que la salmuera que bombean “no es agua” porque no es potable.

Casi una docena de científicos que hablaron con The Associated Press explicaron que es casi inconcebible que el uso intensivo de agua no tenga un impacto ambiental.

Auge económico

La minería de litio ha provocado también un auge económico en algunas partes de Chile.

Los beneficios económicos del litio son innegables. La minería representa un enorme 62 % de las exportaciones de Chile, una columna vertebral crucial para la economía del país.

El dinero que las minas han aportado se ha extendido por todo Peine.

Mientras tanto, los enfrentamientos jurídicos con las empresas mineras han sembrado tensiones en las comunidades indígenas.

Un informe de la ONU divulgado en 2020 decía que la minería ha consumido el 65 % del agua alrededor del Salar de Atacama, “provocando el agotamiento de las aguas subterráneas, la contaminación del suelo y otras formas de degradación ambiental, lo que ha obligado a las comunidades locales a abandonar los asentamientos ancestrales”.

Los investigadores dicen que los peores efectos del bombeo actual podrían sentirse sólo más adelante.

A medida que la minería de litio ha atraído una mayor atención mundial, el destino del agua en la región está cada vez más lejos del alcance de esas comunidades.

En abril del año pasado, el presidente progresista chileno Gabriel Boric anunció un plan destinado a compensar los impactos ambientales del sector del litio al impulsar el control gubernamental de las minas de este elemento químico.

Funcionarios del gobierno dijeron a la AP que un nuevo plan les permitiría regular mejor el uso del agua y distribuir la riqueza más allá de sólo unas pocas personas. Pero los planes provocaron indignación entre las comunidades indígenas, que dijeron que una vez más fueron marginadas de las negociaciones del gobierno con las minas.

La medida también tuvo el efecto adverso de empujar a las empresas mineras a invertir en la vecina Argentina, donde la explosión de la minería de litio apenas ha comenzado.

Las puertas para las empresas mineras también quedaron abiertas de par en par bajo el nuevo líder derechista y “anarcocapitalista” del país, Javier Milei.

Milei reducirá los costos para las empresas mineras en un intento por atraer inversores en medio de una crisis económica cada vez más profunda y probablemente obstaculizará aún más las ya difíciles gestiones de las comunidades indígenas para hacer retroceder a las empresas mineras.

Si bien la cercana Bolivia cuenta con más litio que Chile y Argentina, sus reservas han permanecido en gran medida sin explotar.

Mientras tanto, la región también se ha convertido cada vez más en parte de un estira y afloja entre potencias globales como Estados Unidos y China, ya que ambos países buscan aprovechar sus grandes reservas de litio.

Mientras tanto, para las comunidades el creciente interés por su hogar representa otro escenario de pesadilla.

Observan las extensas planicies de los salares y el agua que han dado vida a su tierra árida.

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