‘Estamos en el momento más peligroso desde la Segunda Guerra Mundial’
“Son momentos que han pasado la barrera de la incertidumbre y la inestabilidad. El mundo tiene hoy una capacidad de devastación inédita en la historia de la humanidad”, dice Juan Gabriel Tokatlian, sociólogo especializado en temas globales y relaciones internacionales, doctorado en Johns Hopkins University School y quien por 17 años vivió en Colombia, donde fue investigador principal del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional y cofundó y dirigió el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de los Andes.
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Tokatlian se refiere a la ausencia de factores moderadores en el sistema internacional, que hoy se combina con la amenaza nuclear, la existencia de instituciones anacrónicas para problemas nuevos y tiempos diferentes y la gravitación de líderes que arrasan con las instituciones y subordinan su política exterior a los intereses internos, personales y cortoplacistas. Y para él, el escenario es altamente inquietante.
¿Cuáles son las alarmas? ¿Cuáles podrían ser las salidas posibles a las situaciones catastróficas y distópicas que ya tienen lugar? Tokatlian ensaya algunas respuestas a estos interrogantes en un libro que acaba de publicar, Consejos no solicitados sobre política internacional (Siglo Veintiuno Editores).
Durante varios meses, Tokatlian conversó con la periodista y escritora Hinde Pomeraniec, conocedora y estudiosa de los temas internacionales. El resultado de ese encuentro no es un libro académico o teórico, sino un amplio recorrido por varios de los temas más candentes de nuestro tiempo. El formato no podría ser más atractivo para quienes deseen hacer una inmersión en política internacional y, también, para aquellos que buscan comprender los conflictos de estos tiempos.
Usted sostiene que hoy no hay un país ni una coalición de Estados que tengan capacidad de hegemonía plena y universal. Estamos en un mundo heterogéneo, fragmentado e incierto, atravesado por un terremoto que produce movimientos cortos y largos, más profundos o más superficiales. ¿Dónde estamos parados?
Su pregunta es significativa porque hoy sentimos que se nos está moviendo el piso, que no hay horizonte, y porque eso se combina con una sensación de ansiedad y frustración. Quiero ofrecer un punto de vista con una estructura conceptual. ¿Qué quiere decir esto? Trato de mirar una pauta histórica, un ciclo corto y una coyuntura.
Vayamos por partes…
Por pauta histórica, lo esencial es que, desde finales del siglo XVIII, hubo un predominio incuestionable de Occidente: un intento de universalización de un conjunto de valores, premisas, intereses, preferencias, instituciones y reglas constituidas por Occidente. Ese larguísimo proceso tiene distintos momentos de inflexión, pero uno de los mayores puntos de viraje es la década de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, cuando empieza a quedar en evidencia que ese predominio está erosionado, cuestionado y surge gradualmente otro centro de gravitación en el mundo que ya no es Occidente, sino que es Oriente en su conjunto. Más allá de China, China incluida, por supuesto. A su turno hay un ciclo corto que remite a lo que se conoce como pos-Guerra Fría, del 91 en adelante. En ese ciclo corto Estados Unidos tiene una disposición, una voluntad y la posibilidad de moldear el orden internacional con la implosión de la Unión Soviética y el mundo comunista y una Europa que empieza a perder peso también comparativamente en el sistema internacional. Este ciclo corto plagado de promesas y expectativas empieza a hackearse con una serie de crisis y con una serie de impugnaciones.
¿Como cuáles?
Una de las crisis relevantes a los fines de la política internacional fue la de Kosovo, donde finalmente se interviene por fuera de Naciones Unidas, a través de la Otán. Eso muestra un primer quiebre. Es decir, la institución que estaba destinada a preservar la paz y la seguridad internacional empieza a seguir mucho más los dictados de un conjunto de actores que de la comunidad internacional. Otra crisis es la crisis financiera del 2008, una crisis básicamente occidental, centrada en Estados Unidos y luego expandida a Europa.
¿Y cuáles son las impugnaciones?
Yo diría que hay una impugnación desde el lado no estatal con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es decir, un actor no estatal, terrorista, fundamentalista, dice: “No solamente no vamos a reconocer su sistema de valores, preferencias y objetivos; los vamos a vapulear y, si podemos, los vamos a derrumbar”. Después de Al Qaeda aparece el Estado Islámico, que, además, sueña con recrear un califato de varios siglos para atrás. Y luego, hay una impugnación estatal, del mismo Estado y en dos momentos distintos: en 2014, con la anexión de Crimea por Rusia –hay razones históricas para decir que Crimea pertenecía a Rusia–; y luego en febrero de 2022 con la invasión a Ucrania. Con esto, el ciclo corto de la posguerra fría se terminó. ¿Y cuál es la coyuntura? Es una coyuntura en la cual no solamente está la guerra en Ucrania sino que tenemos un nuevo conflicto devastador, que es el de Medio Oriente, derivado del acto terrorista de Hamás y de la respuesta feroz también de Israel. Dos casos en los cuales se pone en evidencia la falta de factores de moderación en el sistema. Y el problema es que Naciones Unidas no solamente está en una crisis tremenda, sino que empieza a ser cuestionada su legitimidad.
¿Qué otros factores moderadores han perdido peso o han desaparecido?
Son varios. Hoy no hay liderazgos políticos visibles, claros, claves y reconocidos con una capacidad de forjar acuerdos que sean aceptables para los principales protagonistas de la escena global. Otro factor moderador es el funcionamiento de la democracia, pero lo que tenemos hoy es una democracia en retracción, ya no solamente en la periferia, en el mundo, incluso en Occidente. ¿Cuál es otro factor moderador? Cierta estabilidad económica, una que permitiera pensar en que estamos ante proyectos que van a robustecer el viejo estado de bienestar. Eso ayudaría. Pero, como eso tampoco está ocurriendo, hoy tenemos mucho malestar social y muy extendido. Entonces, creo que estamos en el momento histórico más peligroso para la humanidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Estos momentos son propensos a la fricción, a la disputa, a la confrontación. Y la gran novedad es que ahora la competencia no es intraoccidental, ahora la gravitación de un polo nuevo está en Oriente. Estamos con la sensación de que allí hay una amenaza. Y a su vez tenemos niveles de militarización y gastos en defensa que han sobrepasado en los últimos tres años todas las tendencias que teníamos previamente y, además, vivimos este proceso de transición con armas nucleares. El mundo de hoy –en el que no hay un ordenador o varios ordenadores del sistema internacional– tiene hoy una capacidad de devastación inédita en la historia de la humanidad. Son momentos que han pasado la barrera de la incertidumbre y la inestabilidad.
En el pasado había dictaduras y democracias. Hoy en día hay autocracias y democracias que eran liberales que, en algunos casos, están transitando a democracias iliberales. ¿Cómo impactan estas cuestiones internas de los Estados en el juego internacional?
La política exterior siempre se entendió como ese delicadísimo equilibrio entre el imperativo nacional y la responsabilidad internacional. Una de las cuestiones que más han cambiado es la primacía de la política interna: la política interna es cada vez más importante y guía, en buena medida, muchos de los comportamientos internacionales. Hay que ganar elecciones, entonces para ganar elecciones hay que movilizar a la opinión pública en función de algo. ¿Quién es mi enemigo? ¿Quién es la amenaza? Entonces, declamo, me pronuncio, decido sobre cuestiones de política internacional para garantizar mis victorias nacionales también. Y después hay otro factor que se ve cada vez más: el componente religioso de la política interna. Siempre existió. Pero hoy es mucho más visible. Entonces ese equilibrio que mencioné al principio se ha estado quebrando.
¿Qué peso tiene en esto la personalidad de los liderazgos?
Incide muchísimo. Y mucho más en momentos de crisis que en momentos de rutina. Cuando hay crisis, y hay crisis repetidas y recurrentes, el papel de las personas no determina la política exterior, pero sí influye, sí incide. No es la única razón de las decisiones, pero pasa a importar mucho más que antes. Entonces, cuando hoy miramos al mundo, vemos la aparición de líderes reaccionarios en diferentes contextos que tratan de transformar radicalmente la política interna y, consecuentemente, al buscar ese propósito, aspiran a modificar también la política internacional por esta dinámica donde la primacía de lo interno desplaza ese balance sutil y complejo entre imperativo interno y responsabilidad internacional.
En el libro define algunos conceptos interesantes: qué es exactamente la diplomacia, cómo juega la paradiplomacia –con sus canales informales– y qué es la antidiplomacia. ¿Cómo aplica estas ideas al gobierno actual de Argentina?
El objetivo de la diplomacia es ampliar y perfeccionar los contactos y acuerdos en el nivel de los Estados. Por su parte, la antidiplomacia busca fomentar coaliciones y alianzas ideológicas entre semejantes. Milei es parte activa de una red que es, en los hechos, una Internacional Reaccionaria. Uno ve a personas de procedencia distinta que están unidas por una visión de un pasado glorioso en cada nación, que buscan refundar un nuevo orden nacional e internacional y buscan dar marcha atrás en materia de derechos sociales. Si la diplomacia tiene un sentido de mesura y balance, la antidiplomacia se basa en la emoción y la desmesura. Y en caso de Milei, la Cancillería no ha sabido o podido morigerar esto (…). Creo que lo que necesita un país que viene declinando como Argentina son socios, amigos, acompañantes, contrapartes que contribuyan a recuperar poder e influencia. Por lo tanto, la lógica binaria de afincarte en el ‘unos contra otros’ es disfuncional.
Si los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y los problemas de la integración se resuelven con más integración, en América Latina estamos frente a un gran problema…
Los problemas de América Latina, y de América del Sur en particular, son problemas derivados del alto nivel de desintegración. Aquí hay un problema severísimo de desintegración, de falta de capacidad de actuar conjuntamente en este mundo. Y estamos en ese sendero de desintegración hace años, es anterior a Milei. Ahora, a Milei la integración no le interesa porque me da la impresión de que detrás de su hiperoccidentalismo está la idea subterránea de que se puede tener una relación especial con Estados Unidos, cosa que nunca hemos tenido y que EE. UU. tiene solamente con dos países: el Reino Unido e Israel. ¿Qué es lo que quiero decir? Si no le interesa la integración y fantasea con una relación especial, se va a volver un provocador de más desintegración. Tiene la fantasía de una relación especial con Estados Unidos que muchos de nuestros países siempre proclaman, ambicionan, elucubran y nunca logran, porque EE. UU. no tiene relaciones especiales en esta parte del mundo.
¿Qué panorama vislumbra con una posible victoria de Trump?
Si gana Trump, creo que la región va a padecer a Trump. Vamos a ver un Trump que, además, va a ser revanchista por todo lo que no logró en la otra gestión, va a ser tremendo en términos de la migración, del muro, del proteccionismo para sus productos… Y en el caso específico de Argentina, no creo a estas alturas –después de la situación tan deplorable que mostró el caso de la expansión del crédito a Macri– que el Fondo Monetario quiera ahora nuevamente hiperpolitizarse por presión de Trump para regalarle plata a Argentina. Entonces, no me parece que la fantasía de que llega Trump y se va a abrazar con Milei para Make America great again y Make Argentina great again vaya a pasar.
ASTRID PIKIELNY
PARA LA NACIÓN (ARGENTINA) – GDA