El viacrucis de los pacientes oncológicos en la Venezuela de Maduro
Hace un año y tres meses, Milagros Pérez, una venezolana de 56 años, fue diagnosticada con un tipo de cáncer de mama muy agresivo. Un día, mientras estaba acostada, se percató de que aquel nódulo que había cuatro años atrás, en la última mamografía que había podido hacerse, por motivos económicos, había crecido mucho.
(Lea también: ¿Qué queda de Chávez en Venezuela siete años después de su muerte?).
En el hospital más cercano a su hogar, el mamógrafo no funcionaba. Tampoco en el segundo que visitó. Finalmente, en el tercero, le hicieron el estudio. Esa misma tarde el doctor la llamó. “Lo que tienes allí no está nada bien. Tienes que empezar a tratarte”, le dijo.
Entonces, comenzó el viacrucis que cada año emprenden unos 70.000 venezolanos, según cifras remarcadas la semana pasada por el presidente de la Sociedad Anticancerosa de Venezuela (SAV), Cono Gumina.
(Le puede interesar: ¿Está preparada Venezuela para llegada del coronavirus?)
Su tendencia seguirá en aumento si no se invierte en programas de prevención y tratamiento que cubran a los grandes sectores vulnerables de la población
De 16 camas que hay en el área de hospitalización de quirófano, solo 5 estaban ocupadas el día que EL TIEMPO visitó el IOLR. Los pacientes deben llevar, también, sus sábanas.
Andreína Itriago
“Los pacientes oncológicos se las están viendo muy mal”, sintetiza Pérez, al referirse a su propia situación. Las cifras de la SAV lo evidencian.
(Lea también: ¿Por qué Maduro busca el apoyo de los evangélicos en Venezuela?).
“Mientras que en otros países funcionaron los lineamientos dictados por la Unión Internacional Contra el Cáncer (UICC) para reducir la mortalidad, en Venezuela se ha incrementado en un 17 por ciento la mortalidad y 10 por ciento la incidencia”, reiteró Gumina, al referirse a los resultados del estudio más reciente de la SAV, según el cual en 2019 hubo 28.304 muertes por cáncer en Venezuela.
“Su tendencia seguirá en aumento si no se invierte en programas de prevención y tratamiento que cubran a los grandes sectores vulnerables de la población”, había advertido Gumina al presentar la cifra en febrero pasado.
Aunque extraoficiales, estos son los únicos números con los que se cuenta, pues, como recordó en una sesión reciente del Parlamento la diputada opositora Karin Salanova, desde 2013 el régimen no presenta cifras de mortalidad.
Inicialmente, a Pérez le dieron una probabilidad de vida de seis meses. Ya lleva más del doble. Pero ella sabe que está contrarreloj, y que corre un riesgo muy grande: después de la quimioterapia debía esperar un mes para hacerse la radioterapia, y ya han pasado tres. Y en el único hospital del país donde podrían hacerle la que ella necesita, gratuitamente, tiene a unas tres mil personas por delante en lista de espera.
El IOLR no cuenta con servicio de agua por tuberías, lo que los ha obligado a clausurar casi todos los baños.
Andreína Itriago
En los recorridos que ha hecho por centros de salud privados le han dado presupuestos de entre 1.400 y 2.600 dólares por las 19 sesiones de su tratamiento, algo que, en un país donde el sueldo mínimo equivale a unos 6 dólares, “no puede costear nadie de la clase media-baja”, como ella misma asegura.
Como muchos pacientes oncológicos, Pérez ha vendido todo: microondas, televisor y otros electrodomésticos. “Mi casa parece un desierto”, dice. De hecho, se quedó sola en ella porque el único de sus dos hijos que aún vivía allí, un joven de 19 años, tuvo que abandonar los estudios para irse a trabajar al oriente del país, para poder ayudar a su madre con los gastos de la enfermedad.
Ella, por su parte, ha buscado levantar fondos para sus tratamientos con la venta de bisutería y dulces. También ha tocado las puertas de decenas de fundaciones y, pronto, quiere tocar las del Palacio de Miraflores.
“El Gobierno está en el deber de proveer al sistema de salud, de garantizarme el acceso a la salud”, insiste Pérez, quien por su carisma se ha convertido en una líder entre los pacientes oncológicos. Cada día recibe decenas de mensajes de personas con distintas necesidades. Ella está buscando organizarlos. Ya tiene contabilizados a unos 800. Y tiene grandes planes: quiere formar una fundación para buscarles ayuda a todos.
El Gobierno está en el deber de proveer al sistema de salud, de garantizarme el acceso a la salud
Pérez recuerda con dolor cuando solía tratarse en el Instituto de Oncología Dr. Luis Razetti (IOLR), ubicado en una parroquia, en Caracas. “Yo era paciente del Luis Razetti. Dejé de ir porque salía de ahí con crisis de ver las patologías de gente muriéndose sin solución alguna, el año pasado”, cuenta.
La decadencia
Este año, las cosas no han mejorado. EL TIEMPO hizo un recorrido por sus instalaciones, que tienen más 80 años de antigüedad, y constató una realidad que se repite en los demás centros asistenciales públicos del país: falta de agua, medicinas, insumos, personal y equipos, que se suma a otras irregularidades relacionadas con la administración chavista.
Allí los pacientes no se expresan con la misma libertad que Pérez. Temen que, por hablar, se les dificulte más el acceso a los tratamientos de los que dependen sus vidas.
Desde el anonimato, sin embargo, la madre de una paciente de 28 años que hace dos fue diagnosticada con cáncer renal, se refirió a la deficiencia de insumos y tratamientos para los pacientes.
En junio, su hija necesita una tomografía y ya ella está preocupada porque el tomógrafo del IOLR está atravesado en uno de los pasillos, desde hace 3 meses, por un problema con la tarjeta madre que, según personal médico y obrero, es de fácil resolución, pero para el que no se han destinado fondos.
La desesperación por no conseguir el tipo de quimioterapia específico que necesita su hija ya la llevó una vez a cruzar la frontera colombo-venezolana, a través de las trochas, para buscarla en Cúcuta, aunque volvió con las manos vacías. “Costaba mucho dinero, y el oro que cargaba no me alcanzaba”, rememora. Afortunadamente, después de su primera intervención, en el IOLR, llegaron los medicamentos y pudo hacerse allí la quimioterapia.
Trataba a pacientes en ocho semanas y se curaban (…) Si haces las cosas bien, tienes las herramientas y brindas atención inmediata, el paciente se puede curar
Pero otras veces no es por falta de insumos que no logran tratarse los pacientes oncológicos. El miércoles pasado, ninguno de los que tenía control por radioterapia pudo ser atendido en el IOLR porque el único equipo en funcionamiento, de los siete que tiene la institución, presentaba fallas.
Y cuando no es por falta de equipo o medicamentos, es por falta de personal. Lo sabe bien aquella adolescente que llegó a esta institución con el rostro ya deformado por un tumor en la nariz, tras haber recorrido más de 150 km desde el estado Guárico y visitado otros hospitales. Allí tampoco la recibieron por falta de especialistas.
El diputado opositor Juan Carlos Velazco explicó en una sesión del Parlamento que tras el fenómeno de migración forzosa que enfrenta Venezuela, cada vez menos galenos se preparan como especialistas. “No llegamos a 40 médicos especialistas en el país. Los que están en formación son mínimos, solo seis realizan la especialidad en oncología. No tenemos hospitales públicos que puedan brindar diagnósticos”, aseguró Velazco.
El personal médico y obrero del IOLR se ha visto mermado casi a la mitad. Los que se mantienen, lo hacen por vocación y amor al instituto y sus pacientes. Algunos, con más de 20 años de servicio en este lugar, rememoran años mejores. “Esto antes estaba a reventar”, recuerdan, mientras muestran salas de hospitalización completamente vacías, una realidad que también se repite en otros centros públicos del país.
La doctora Selma Gamboa, quien solía dirigir el Centro de Radioterapia del hospital Dr. Domingo Luiciani, recuerda que hace ocho años podía ofrecer a sus pacientes opciones avanzadas de tratamiento contra el cáncer, con el uso del sistema de radiocirugía robótica CuberKnife en este otro centro público de salud. Pero, poco después, en 2015, el novedoso equipo dejó de funcionar y en los cinco años que han transcurrido desde entonces, no ha vuelto a hacerlo.
“Trataba a pacientes en ocho semanas y se curaban (…) Si haces las cosas bien, tienes las herramientas y brindas atención inmediata, el paciente se puede curar”, rememora.
En conversación con este diario, Gamboa dibuja una situación actual “compleja”, en la que “siempre falta algo”. Así, a pacientes oncológicos como Pérez no les queda de otra que aferrarse a la fe.
ANDREÍNA ITRIAGO
Corresponsal de EL TIEMPO
VENEZUELA