Se siente una artista guiada por espíritus

NASHVILLE, Tennessee — Una noche en Cuba, cuando la artista María Magdalena Campos-Pons tenía unos 8 años, fue visitada por un búho. Ella estaba en su cama y lo vio posado al borde de la ventana media abierta. La estaba observando.

“Desde entonces, he soñado mucho con volar”, dijo recientemente Campos-Pons, de 64 años, en su estudio en la Universidad de Vanderbilt, en Nashville.

En todo caso, ha volado lejos. Se crió en una ex hacienda azucarera en la provincia de Matanzas. Su bisabuelo llegó esclavizado procedente de lo que hoy es Nigeria. Su padre abandonó la escuela en el tercer grado para trabajar la caña.

No obstante, su propio recorrido la llevaría por las escuelas que la Revolución cubana trajo a la zona rural; a los institutos de arte que estableció en La Habana; a Boston, donde impartió cátedra durante 25 años en la Escuela del Museo de Bellas Artes; y desde el 2017, a Nashville, donde ha traído su energía vertiginosa al ámbito artístico local.

Campos-Pons es una artista imparable para la que ningún medio —pintura, ensamblaje, fotografía, video, performance tipo ritual o cristal de Murano— parece estar fuera de su alcance.

Su obra ha sido incluida en bienales en cinco continentes. Ha fundado espacios artísticos en las ciudades donde imparte clases. Colegas y ex alumnos leales participan en sus performances.

El trabajo es “absolutamente algo espiritual”, comentó ella.

Recientemente, el Museo Brooklyn en Nueva York inauguró “Behold”, la primera retrospectiva de la carrera de la artista en 16 años. Aborda su primeras obras en Cuba, relacionadas con política sexual y autonomía corporal, e incluye algunos de sus trabajos más influyentes, entre ellas instalaciones de multimedia trascendentales.

No obstante, la exhibición abarca el presente, con algunas de sus obras más nuevas realizadas en Nashville, en las que expresa la belleza que siente en el sur estadounidense junto con el peso de su violenta historia racial.

Con sus vestidos largos y su porte elegante, Campos-Pons —Magda para sus amigos— a veces es confundida con una curandera.

Su abuela era una sacerdotisa lucumí (o santería). Su padre también era herbolario. La artista fue criada en una cultura llena de rituales, en la que orishas y espíritus le dan sentido al mundo.

Sus raíces afrocubanas brindan la lente a través de la que la exploración personal y de historias familiares da paso a temas amplios —la migración, la multiplicidad de experiencias de la raza negra, las vidas de las mujeres. Y al conocer a sus orishas guardianes —Yemaya y Oshun— ha centrado la información espiritual en su obra desde mucho antes de que el entorno del arte contemporáneo tuviera el alcance para entenderla.

Campos-Pons nunca ha cerrado sus canales a Cuba. Ha participado en varias Bienales de La Habana, incluida la edición del 2019, que fue antecedida por una ofensiva contra artistas disidentes. Ahora separado de la bienal, su programa, “Ríos Intermitentes”, tiene previsto regresar a Matanzas el año entrante.

Hace poco, en el Museo Brooklyn, Campos-Pons estrenó su nuevo performance, “A Mother’s River of Tears” (El Río de Lágrimas de una Madre). Fue dedicada a las víctimas de la violencia de policías y justicieros y a sus madres.

La procesión incluyó a 10 mujeres vestidas de blanco, entre ellas amigas y ex alumnas de Campos-Pons. El bajista Kamaal Malak, el novio de Campos-Pons, encabezó un ensamble. El poeta Major Jackson recitó. Campos-Pons, vestida de amarillo —el color de Oshun— y con el rostro pintado de blanco, caminó entre el público repartiendo fruta y flores.

Campos-Pons dijo que la pieza enfatizaba el “papel central de las mujeres para mantener el bienestar, la claridad y el amor en la sociedad.

“Todo trata sobre el amor”, añadió.

Por: Siddhartha Mitter

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