¿Julian Assange podría tomar partido por Vladimir Putin o Donald Trump? Su libertad supone un posible desafío para el orden mundial
El pasado miércoles, los lentes de las cámaras de decenas de reporteros se posaron en el aeropuerto internacional de Camberra (Australia) a la espera del aterrizaje del chárter VJT199 que, después de unas siete horas de vuelo tras partir de Saipan (Islas Marianas del Norte), traía consigo al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien luego de 14 años de saga judicial recuperó su libertad y se le ve como una posible pieza desequilibrante dentro del nuevo y convulso mapa geopolítico.
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Cuando el reloj marcó las 7:40 p. m. el avión tocó pista y, minutos después, Assange salió enfundado en un traje oscuro, con camisa blanca y corbata, y con el puño en alto saludó sonriente a las decenas de medios de comunicación y seguidores que lo aguardaban y vitoreaban en el aeropuerto.
El australiano fue recibido en la pista de aterrizaje por su padre, el arquitecto John Shipton, y por su esposa, la hispano-sueca Stella Assange, a quien besó y abrazó dejando una postal para la historia.
Sobre Assange, de 52 años, pesaba una petición de extradición de Estados Unidos a Reino Unido, donde permaneció en prisión hasta el lunes, cuando quedó en libertad luego de llegar a un acuerdo con la justicia estadounidense.
Ese día, Julian Assange partió hasta Bangkok, en Tailandia, donde hubo una parada técnica para repostar el avión antes de proseguir hasta las Islas Marianas del Norte, territorio de Estados Unidos tras el imperialismo posterior a la Segunda Guerra Mundial y donde el fundador de WikiLeaks se declaró culpable por el delito de «conspiración para obtener y divulgar información relacionada con la defensa nacional, incluidos materiales considerados secretos» por su papel en la obtención y publicación en 2010 de documentos militares y diplomáticos clasificados, una ley de espionaje estadounidense aplicada raramente y nunca a periodistas.
La jueza que presidió la audiencia le reconoció a Assange los cerca de cinco años que pasó encarcelado en Reino Unido, por lo que no quedó bajo custodia estadounidense y pudo recuperar su libertad marcando así el fin de un periplo judicial que lo llevó a estar recluido durante 12 años: siete de ellos en la embajada de Ecuador en Londres y los últimos cinco en una cárcel de máxima seguridad británica.
Stella Assange
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WikiLeaks: ¿libertad de información o peligro para la seguridad?
Julian Assange creó Wikileaks -un sitio en línea que publica documentos e imágenes confidenciales- en 2006, y fue noticia en todo el mundo en abril de 2010 cuando protagonizó la mayor filtración de documentos clasificados de la historia de Estados Unidos al publicar imágenes que mostraban a soldados estadounidenses matando a tiros a 18 civiles desde un helicóptero en Irak. Posteriormente, filtró otros documentos secretos sobre la guerra de Afganistán, el maltrato de presos en Guantánamo, entre otros asuntos.
“Entonces era una figura divisiva: un periodista valiente para algunos, un anarquista imprudente que ponía en peligro a los estadounidenses para otros”, explica en su análisis para The New York Times el periodista Damien Cave, quien reside en Sidney.
Ese mismo año, el australiano fue detenido en Reino Unido (y posteriormente puesto en libertad bajo fianza), después de que Suecia emitió una orden de arresto internacional por acusaciones de agresión sexual.
La situación lo obligó a buscar refugio y en agosto de 2012, el gobierno de Ecuador le otorgó asilo político en su embajada con domicilio en Londres. Para finales del 2017, el gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno le otorgó la ciudadanía con la intención de encontrar una salida al conflicto. Sin embargo, el intento no se concretó y tras años varios de vivir en la embajada, su permiso fue retirado en 2019 cuando Assange fue detenido por las autoridades de Reino Unido.
Cave destaca que Assange se volvió “aún más polarizador durante las elecciones presidenciales de 2016”, cuando WikiLeaks publicó miles de correos electrónicos de la campaña de Hillary Clinton y del Comité Nacional Demócrata que habían sido robados por piratas informáticos rusos.
Pero, tras cinco años en una prisión británica, casarse y tener hijos, Assange se convirtió para gran parte del mundo en el desvalido obligado a soportar el resentimiento de las superpotencias y que, tras haber cumplido su condena, merecía regresar a casa.
Assange se volvió “aún más polarizador durante las elecciones presidenciales de 2016”, cuando WikiLeaks publicó miles de correos electrónicos de la campaña de Hillary Clinton y del Comité Nacional Demócrata que habían sido robados por piratas informáticos rusos.
Para Fiona Martin, profesora asociada de la Universidad de Sídney y experta en medios y comunicaciones, este caso no debe ser visto como “una victoria para la libertad de prensa”. Para la académica, Assange “no es un periodista”, sino un “activista por los derechos humanos que solo se comprometió con la ética periodística” cuando Wikileaks tuvo que explicar de dónde provenían las filtraciones.
Sin embargo, la abogada de Julian Assange, Jennifer Robinson, subrayó que el caso «sienta un peligroso precedente».
«Esto supone la criminalización del periodismo», subrayó en una rueda de prensa, indicando que «desafortunadamente» el periodista y activista australiano tuvo que declararse culpable para «recuperar su libertad».
Julian Assange
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Víctor García, Phd en comunicación y director del doctorado en comunicación de la Universidad de La Sabana, coincide con Robinson: “El acuerdo abre un antecedente judicial complejo para que periodistas que accedan a documentos clasificados y los revelen puedan ser procesados por atentar contra la seguridad nacional”, comenta.
Más allá de ese debate, García explica que la decisión de dejarlo en libertad también obedeció a la situación actual de Estados Unidos y del mundo.
“Las elecciones en Estados Unidos y el hecho de que Assange haya reactivado su caso nuevamente ante la prensa y los líderes políticos en Reino Unido y Australia desembocaron en las presiones suficientes para llegar al acuerdo”, menciona.
Desde la perspectiva de Fidel Narváez, ex cónsul general de Ecuador en Londres, y quien acompañó a Assange cuando estuvo asilado por ese país, este se convirtió en un “caso político más que legal”.
“El acuerdo, si bien puede considerarse una victoria para Julian, que logró su libertad definitiva, también sienta un precedente muy negativo a nivel de la justicia debido a que lo obligó a declararse culpable de un crimen que en todos estos años insistió que no cometió. También sienta un precedente negativo para el para el periodismo. ¿Quién va a atreverse a replicar lo que hizo Julian Assange si sabe que se le viene encima una persecución de estas dimensiones?”, agregó Narváez.
Mientras que para Michael Shifter, profesor adjunto de la Universidad de Georgetown, el gran aprendizaje del caso es reconocer y celebrar el valor de la transparencia, pero a través de métodos legales. “Los periodistas que buscan la verdad no tienen derecho a ‘hackear’ computadoras”, acotó.
¿Tensión entre Australia y Estados Unidos por la puesta en libertad de Assange?
Poco después de que el avión de Assange aterrizó en Canberra, el actual primer ministro, Anthony Albanese, le dio la bienvenida con una llamada telefónica donde el fundador de WikiLeaks le dijo a Albanese que le había «salvado la vida», según dijo su esposa Stella.
Pero, el jueves por la mañana, el opositor Partido Liberal de centroderecha de Australia acusó a Albanese de poner en riesgo las relaciones con su aliado clave, Estados Unidos, mientras que el ministro de Asuntos Exteriores en la sombra, Simon Birmingham, dijo que estaba mal que lo trataran como un «héroe de regreso a casa”.
James Curran, profesor de historia en la Universidad de Sidney, explica que la ley y el orden estadounidenses han perdido “algo de respeto” en Australia, debido a que no son pocos los que consideran “que el sistema judicial del país norteamericano es demasiado performativo y punitivo”.
«Son las altas tasas de encarcelamiento, el abuso del proceso de negociación de culpabilidad, incluso la conducta de la policía estadounidense», aseveró por su parte Hugh White, ex funcionario de defensa australiano y ahora profesor de estudios estratégicos en la Universidad Nacional de Australia al Times. «Creo que incluso personas bastante conservadoras dudaban de que Assange ‘recibiera un trato justo’ a manos del Departamento de Justicia», agregó.
En esta foto de archivo tomada el 19 de mayo de 2017, el fundador de Wikileaks, Julian Assange, habla en el balcón de la Embajada de Ecuador en Londres.
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Sin embargo, Estados Unidos, y la oposición australiana, lo ve de otro modo.
Cuando el secretario de Estado Antony Blinken sostuvo una visita a Australia el año pasado para mantener conversaciones de defensa de alto nivel, fue interrogado sobre el caso de Assange, y le molestó la idea de que se le viera como una víctima del capricho estadounidense.
De pie frente a un atril al aire libre, flanqueado por veteranos militares, Blinken dijo que entendía “las preocupaciones y puntos de vista de los australianos”, pero que era “muy importante que nuestros amigos aquí” entendieran el “presunto papel de Assange en uno de los compromisos más importantes de información clasificada en la historia de nuestro país”.
Es sólo un reflejo de la ambivalencia que las grandes potencias siempre engendran entre sus satélites más pequeños
Después de su regreso, Albanese comparó la liberación de Assange a la del periodista Cheng Lei, detenido en China durante tres años, y al economista Sean Turnell, hecho prisionero por el gobierno militar de Myanmar.
La comparación llamó la atención de la oposición australiana y de algunos expertos.
Euan Graham, analista principal del Instituto Australiano de Política Estratégica, dijo que tanto Cheng como Turnell habían sido víctimas de «detenciones arbitrarias» por parte de gobiernos autoritarios. «No tuvieron el debido proceso», dijo, agregando que la comparación con Assange estaba «enturbiando las aguas en un grado bastante preocupante».
No obstante, los legisladores de Assange rechazaron las sugerencias de que las acciones de Albanese hubieran dañado potencialmente la relación con Estados Unidos.
La ministra de Asuntos Exteriores, Penny Wong, dijo a los medios públicos australianos que la liberación de Assange fue un ejemplo de cuán estrecha era la relación entre Washington y Canberra. «Nuestra relación con Estados Unidos es profunda y fuerte, y es por eso que pudimos abogar de la forma en que lo hicimos», afirmó.
Para White, este doble discurso que se vive en Australia “es sólo un reflejo de la ambivalencia que las grandes potencias siempre engendran entre sus satélites más pequeños”, al agregar que también se debe tener en cuenta que, entre los australianos conservadores, hay cierto resentimiento por el hecho de que Estados Unidos haya desplazado al Imperio Británico después de la Segunda Guerra Mundial.
“Otros han sentido que Estados Unidos a menudo se ha apresurado a desestimar las preocupaciones de sus amigos y, al continuar procesando a Assange, Estados Unidos ha parecido irrazonablemente vengativo”, agregó.
Y si bien Australia y Estados Unidos siguen siendo unos aliados sólidos, que han luchado juntos en guerras pasadas y ahora están construyendo un marco de defensa colectiva para disuadir una posible agresión china, para los analistas, el caso se abre como un campo minado en medio de la amplia tensión bélica mundial.
“China y Rusia están utilizando el caso Assange como prueba de la flagrante hipocresía occidental en lo que respecta al manejo de los prisioneros políticos”, sostiene Curran al señalar que, justamente, «esto tuvo efecto en Washington».
En ese sentido, lo que está por verse es qué papel tomará Julian Assange cuando regrese a la escena pública. ¿La próxima ronda de filtraciones revelará secretos sobre Australia? ¿Qué pasa si Assange y WikiLeaks eligen un bando en las elecciones estadounidenses o en la guerra en Ucrania?
Como señala el excónsul Narváez: “Assange ha sido un enorme crítico del papel de los medios, en especial durante los conflictos armados. Por eso, ahora que es libre, quizás lo volvamos a ver en esas lides”.
Probablemente, eso es lo que ahora tiene más expectante al mundo entero: el regreso de Julian Assange que, como dijo su esposa esta semana, lo que más necesita antes de hablar es «volver a acostumbrarse a la libertad».
STEPHANY ECHAVARRÍA
EDITORA INTERNACIONAL
EL TIEMPO