Sin partidos y sin democracia en Venezuela/ Análisis de Francisco Barbosa
En los últimos días, el presidente de Colombia Gustavo Petro hizo el ridículo internacional al decir en medio de un delirante discurso que el gobierno del presidente Duque era una dictadura peor que la venezolana. La falta de sindéresis en sus razonamientos son tan grandes que olvida que en Colombia es tan clara la democracia que él es presidente, gracias a nuestro sistema electoral y al trabajo de las instituciones colombianas. De hecho en mi labor de Fiscal General no existieron atropellos judiciales de ningún tipo contra las elecciones, ni contra los partidos políticos o la oposición a la que Petro pertenecía. En nuestro país, la rama judicial cumplió con su compromiso constitucional, cosa que en Venezuela no ha ocurrido.
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Hace un par de semanas, Petro y Lula habían llegado al extremo de pedir nuevas elecciones, evento que sería inimaginable si se le hubiera aplicado la misma idea por actores internacionales al presidente colombiano o al brasilero. En fin, miran la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Del mismo modo, su silencio cómplice con la dictadura de Maduro y con el fraude en las elecciones de Venezuela, demuestran que carece de conciencia republicana y democrática, lo que deberá ser motivo de atención no solo por la ciudadanía, sino de la misma comunidad internacional. Esperemos que genere alguna reacción la orden de aprehensión de un juez contra el presidente electo Edmundo González que se constituye en una vergüenza y una provocación contra el pueblo venezolano.
Estas posturas autoritarias de Maduro y respaldadas por Petro que se comporta como su subalterno, serían inadmisibles si la democracia venezolana no hubiese desaparecido hace 31 años como lo expliqué en mis dos artículos anteriores. Por esa razón, quisiera mostrar como en Venezuela la ausencia de partidos políticos llevaron a que un sistema de “ vengadores” se instalara en el vecino país y como esa ausencia explica la imposibilidad de salir del laberinto en el que se encuentra Venezuela. El rechazo contra los partidos políticos como “vectores de corrupción” o como cuerpos de elite contra la democracia nos debe poner a todos los países de la región ante un desafío sin igual contra la democracia.
Los partidos políticos: Vectores de democracia
Los partidos políticos son ejes centrales de la democracia. El profesor francés Maurice Duverger en su libro “ Los partidos políticos” (1951) señala que los partidos son agrupaciones que crean opinión y la representan de forma flexible y eficaz. El mismo profesor reflexiona sobre si es posible que la democracia sobreviva sin esos medios de organización. La respuesta es contundente: no. La razón es simple. Los partidos frenaron los poderes fácticos que controlaban la población e impedían su agrupación y representación. Para Duverger, “un sistema sin partidos significa la eternización de las elites dirigentes”. Estos argumentos ponen énfasis en considerarlos parte del engranaje democrático.
En Venezuela, los partidos que se afianzaron en el Pacto de Punto Fijo (1958) eran el eje central de la reorganización política en Venezuela que permitieron que existiera el único momento democrático de la vida de ese país (1959-1999): Acción democrática, Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente) y URD (Unión Republicana Democrática). Con ellos, se canalizó la votación popular y se impidió que nuevos dictadores se atornillaran en el poder. En el fondo, fue el acuerdo de partidos lo que llevó al traste al dictador Marco Pérez Jiménez. En otros países ocurrió lo propio en su historia: las fuerzas políticas se ponen de acuerdo y los sátrapas salen del poder.
La caída del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993 y la crisis de gobernabilidad, llevó a la sociedad venezolana a querer refundarlo todo. Los partidos históricos no se renovaron o fueron abandonados por las dirigencias, no hubo democratizaciones internas y se perdieron los fundamentos que se establecieron por parte de los fundadores de los dos principales partidos: Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Esa situación condujo a la sociedad venezolana a creer que antes de recomponer los partidos, debían pulverizarlos y buscar un líder externo.
Esa misma historia se repitió en Argentina, Perú, Ecuador, Bolivia o México, donde en momentos de su historia, los caudillos crearon movimientos que terminaron personalizando la política y desapareciendo los canales de representación. En el caso de Venezuela, a partir de 1993, los mismos partidos se dejaron llevar por su propia crítica y condujeron al país a unas elecciones atípicas en 1999 donde sus ciudadanos tuvieron que escoger entre una reina de belleza, un empresario poco audaz y un coronel golpista amnistiado por un presidente que con su acción quería dañar al partido opositor y al expresidente Pérez. Por ese camino torticero, se sepultó la democracia en Venezuela. Lo que ocurre hoy, no es otra cosa que el festín que una elite criminal ha hecho. Sin instituciones, sin estado de derecho y sin partidos, no habrá relevo democrático sino mera pantomima.
Si se repasa, lo que ocurrió en Venezuela durante los dos primeros años de Hugo Chávez, se concluye que este golpista aprovechó que la misma sociedad y los cuerpos intermedios querían sepultar la institucionalidad que quedaba en el país, incluyendo los partidos que le dieron a Venezuela 40 años de democracia. Necesitaba ahora de unas nuevas instituciones autoritarias y hereditarias para borrar la democracia del país.
Es sabido que si los partidos desaparecen los resultados pueden ser de dos tipos. O bien el país se encamina hacia un autoritarismo electivo cuya característica es alterar las instituciones, prorrogar su poder y, con ello, garantizar el fin de la democracia. El caso concreto es Venezuela, Nicaragua o Cuba. El segundo, tiene que ver con que quien llega al poder no tiene la capacidad de prolongar su régimen pero lleva al país a la anarquía, al caos y a una alteración del orden democrático. Un caso de este tipo es el Perú o en algún momento Paraguay.
Estos ejemplos nos deben servir de algo. Colombia se enfrenta a ese mismo problema. Por lo pronto, el presidente Petro no ha podido con su errática acción corroer las instituciones del país. Su acción no responde a programa alguno sino a veleidades individuales. Su vergonzosa posición frente a Venezuela lo evidencia ante nuestro país y el mundo.
Lo que debe evitarse en el 2026 en Colombia es que un vengador llegue al poder, bajo la idea de un extremismo de izquierda o de derecha y proceda a demoler el sistema democrático. Una acción de ese nivel impediría la gobernabilidad nacional y territorial y se correría el riesgo de perder definitivamente el país. El verdadero medio de defender la democracia de las toxinas del autoritarismo no puede ser acribillando los partidos, sino modernizándolos y poniéndolos en el corazón del debate democrático. Lo contrario es Venezuela.